A Viena
- Andrea Sarmiento

- 27 feb 2021
- 8 Min. de lectura
Estoy trepando un camión de bomberos a las cinco de la mañana.
Day me dá la mano. Subo. Y yo hago lo mismo con Kee.
Las tres en el techo del camión celebramos nuestra hazaña, y le pedimos a Sebastián que nos tome una foto.
Hermosa Viena, epicentro histórico y artístico de Europa. Hogar de Klimt y de Sissi.
Así comenzó mi visita a tu territorio. Te narraré la forma en la que te experimenté, que no tuvo, en absoluto, que ver con historia o arte.
En medio de esta borrachera acróbata, que me quitó el miedo a las alturas, y agudizó mis destrezas para saltar y escalar. Allá arriba pedimos que nos tomen una foto como prueba infalible de que sí lo habíamos logrado.
Te prometo que lo único que había ingresado a mi cuerpo, hasta ese momento, era solamente cerveza. Pero esa noche sentí, como si la misma araña que picó a Spiderman, me hubiese picado a mí. Después del camión de bomberos, nuestro segundo reto fue el andamio de una estructura en construcción, Kee y Day ya estaban allá trepadas, tomé la foto de ellas dos, metí mi mano en la cuerda de la cámara para asegurarla a mi muñeca y subí yo también.
¿Quiénes eran Kee y Day?, te preguntaras.
Day era mi compañera de cuarto en el apartamento que compartimos, durante cinco meses, en Florencia. Una Neoyorquina espectacular. Completamente diferente a esos gringos aburridos con los que me había tocado convivir en el pasado. Pícara, irónica, terrible. Salvajemente hermosa. Vivo ejemplo de las personalidades que más disfruto. Que me llenan, me animan y me enamoran. Durante nuestra primera noche juntas supimos que íbamos a divertirnos, cenando con todo el grupo de estudiantes nuevos de la universidad. Y, mientras el resto estudiantes no sabía si escoger entre pasta, prosciutto o panini, Day y yo ya habíamos pedido una botella de vino. Como buen augurio de la complicidad que tendríamos desde ese momento en adelante, reímos y hablamos toda la noche, orgullosas de ser las únicas en la mesa sin un plato de comida al frente, sino, con una copa de vino, y levantando la mano para pedir otra botella.
Hablando de Kee, era una amiga de Day. Se conocieron en Nueva York, mientras Kee trabajaba como niñera de uno de los primos menores de Day. Ya había regresado a ti, y ahora nos estaba recibiendo en su casa durante la semana de receso. ¿Cómo describir a Kee? Una estudiante universitaria, sí, puede ser lo más convencional de ella. Su día iniciaba a las 3:00 pm, tenía clases entre las cuatro de la tarde y las ocho de la noche. Ahí iniciaba su recorrido entre bares y casas de amigos en los que pasaba toda la noche, hasta regresar a su casa a dormir a las cinco o seis de la madrugada. Ella fue la anfitriona que nos pusiste a mí y a Day para explorarte.
Por supuesto, entramos a su ritmo de vida, y eso nos lleva al inicio de ésta carta. Yo dandole mi mano a Kee, para que lograra trepar al techo del camión de bomberos.
Horas antes, Day y yo habíamos tomado un bus que nos llevaría a conocerte. Recuerdo perfectamente la única parada que hizo el bus. Day y yo nos bajamos a comprar unos snacks para el camino. Yo tomé una manzana verde, una porción de queso individual y otras cosas que ya no recuerdo. Day tomó unas galletas y unas nueces. Cuando llegamos a la caja, cada una tomó una botella de agua. La señora que estaba en la caja registradora nos habló en alemán, idioma que ninguna de las dos conocía, y nos reímos nerviosamente por lo indefensas que nos sentimos en ese instante. Para las dos era claro que sin Kee, no íbamos a lograr hacer nada en este viaje. Llegamos a la estación de bus. Allí estaba Kee esperándonos. Tiró el cigarrillo que estaba fumando y le puso el pie encima, mientras caminaba para abrazar a Day efusivamente y a mí también, de paso. Prendió un nuevo cigarrillo. Comenzamos a caminar hacia la estación de metro con nuestras dos maletas. Tomamos el metro, sin pagar, y llegamos por fin al apartamento.
Kee tenía dos compañeros con los que vivía. Sebastián que nos recibió en cuanto llegamos, y otro personaje que no conocimos; estaba haciendo un experimento en el que no vería el sol o su luz durante el mayor tiempo que pudiera. Aún era de día y estaba encerrado en su habitación durmiendo. Nunca conocimos a este hombre, no recuerdo su nombre y nunca supimos cómo le había salido su experimento. En todo caso, dejamos las maletas en el cuarto que nos habían asignado y nos fuimos. Los cuatro sentados en cualquier bar, hablamos y reímos hasta aproximadamente las dos de la mañana, cuando alguien propuso ir a un bar que tenía música en vivo.
Caminamos hasta llegar a una puerta que se abría a unas escaleras que bajaban a un sótano. De allí salían estruendos de batería y guitarras eléctricas. Mientras bajamos, yo veía los grafitis y posters en las paredes de la escalera. Se abrió un salón ante nosotros, y yo me sentía como en Across the Universe, en esa escena en donde Jude se está despidiendo de su novia en Liverpool.
Era un salón sucio, que olía espantoso, lleno de gente bailando alocadamente al ritmo de la batería y las voces, a las que no les entendía nada, tal vez porque cantaban en alemán o tal vez porque el sonido era pésimo. El caso es que allí estábamos, y yo no podía estar más contenta. Fuimos a la barra por unas cervezas con Day mientras exploramos con la mirada todos los hombres que formaban parte de esta furia danzante. Supongo que Day identificó rápidamente a su pareja de la noche; diez minutos después ya estaba hablando y bailando con él, yo me quede con Kee y Sebastián. Me daban un poco de miedo esas actitudes alocadas, según yo, todos estaban drogados y no me iba a dejar llevar por sus caras de niños, narices perfectas y ojos claros. También porque para ese momento, seguía con mi novio en Colombia, y no quería jugar con fuego. Pero principalmente no bailé con ninguno de estos Vieneses guapos, porque no me levanté a ninguno, si hubiese pasado, tal vez la historia sería diferente.
Para este punto no recuerdo bien cómo se desarrolló la noche. Llegamos al episodio del camión de bomberos, el andamio, y por fin al apartamento. Dormimos hasta la tarde del siguiente día. Kee ya estaba despierta fumando un cigarrillo cuando despertamos. Day me preguntó si podíamos compartir la manzana verde y la porción de queso como desayuno, a lo que respondí positivamente. Fue a la cocina y trajo la manzana y el queso partidos en dos. Nuestra dinámica de compañeras de apartamento, era que ella cocinaba y preparaba los alimentos y yo lavaba los platos. En esta ocasión, no había platos por lavar.
Kee nos dejó con Sebastián mientras ella iba a clase. Él nos llevó a recorrer tus calles. Ya ni sé que vimos, pero sé que la pasamos muy bien con él, tomándonos fotos y contemplándote con esa expectativa de quién conoce un lugar nuevo. Durante esa tarde Day había llevado el paquetico de galletas que, tenía desde nuestro viaje en bus, y ese fue nuestro almuerzo.
Llegamos al apartamento a esperar a Kee. Para este punto, ya habíamos notado que nuestra semana de receso se desarrollaría de noche. Llegó un amigo de Sebastián a hacernos compañía, con marihuana, Day ya la había probado. Yo no. Y a mis veintitrés años fue el momento perfecto para experimentar con el espantoso mundo de las drogas. Un mundo al que le tenía pánico, pues había conocido a una persona a la que este mundo la había consumido. Sí, las drogas lo consumieron a él y no al revés, y lo dejaron botado después de usarlo, como si fuese una bolsita en la que se guarda la coca o una papeleta con la que se envuelve la marihuana. Treinta años después de probarlas, seguía con la vida destruida.
Aún así, la pruebo. Sinceramente creo que en ese momento no me hizo efecto. Nunca aprendí a fumar, y creo que el humo nunca llegó a mis pulmones. Ahora, lo había hecho y me sentía rara. Todavía no sé, qué o cómo me sentí. Mi solución: llamar a mi novio. Él siempre me traía de regreso a mi zona cómoda y feliz. Hablé con él un rato. Cuando volví a la cocina Kee ya se había unido al grupo. Salimos nuevamente a algún bar y de esa noche solo me acuerdo de que paramos en un carrito callejero, para comprar salchichas. El menú era: con queso o sin queso por dentro. Esa fue la primera vez que ví comer a Kee, en los dos días que llevábamos visitándote. Amaneció. Llegamos al apartamento. Dormimos.
A la mañana siguiente hablamos con Day que queríamos conocer algo de tu ciudad además de tus buenos conciertos y desordenadas fiestas. Y le pedimos a Kee que nos llevará a conocer algo turístico, cualquier cosa, que no fuera un bar o una discoteca. ¿Ella debía saber, no? Fuimos a un palacio, ahora que busco fotos en Google, creo que fue el palacio de Belvedere, pero siendo muy sincera, no estoy segura. Para ese punto lo único en lo que pensábamos Day y yo era en comida. Éste era nuestro tercer día visitándote y lo único que habíamos comido era una manzana verde y un queso individual divididos en dos; la salchicha con queso de media noche; y las galleticas durante el paseo con Sebastián.
Hablamos con Kee:
–– Kee, ¿Será que podemos ir a comer algo?
–– ¡Ay! Sí, claro. Aquí debe haber cafetería. ––Comenzó a caminar hacia el edificio principal y nosotros la seguimos. Llegamos a la cafetería y nos sentamos en una mesa.
–– Listo, pidan. –– Day y yo nos miramos. Osea, ¿De todas las cafeterías que existían en Viena teníamos que ir a la del palacio, con servilletas de tela y cubiertos de plata? Sabíamos que nos iba a salir por un ojo de la cara lo que fuera que pidiéramos.
–– Un sandwich de jamón y queso, por favor. –– Pedí. Day pidió algo parecido y pensábamos invitarla a comer a nuestra anfitriona como agradecimiento a su invitación, pero ella solo pidió una cerveza. Ahí confirmamos nuestras sospechas. El desayuno de Kee, todos los días, era una cerveza. Y su único alimento esa salchicha callejera de madrugada. Comimos y decidimos después que la invitaríamos a una de las tantas noches de cerveza, que nos esperaban.
El resto de nuestra semana de receso fue una repetición de esos tres días. Cerveza en cualquier bar. Concierto o discoteca. Caminar mientras amanecía por tus calles. Dormir entre 6:00 am hasta las 3:00 pm. Y aquí viene una importante adición, Sebastián nos llevaba a almorzar a una cafetería para estudiantes y a conocer diferentes lugares turísticos, que hoy no recuerdo, mientras nuestra anfitriona, salía de clases. Llegaba Kee de la universidad. Y volvíamos a comenzar.
El viaje de regreso fue espectacular. Era un trayecto de toda la noche y parte de la mañana. Yo solo recuerdo estar sentada en la ventana del bus, de regreso a Florencia, viendo el sol salir del horizonte y tomando un millón de fotos. No podía parar de dispararle capturas a ese amanecer que me estaba acompañando en ese recorrido entre Austria e Italia. El resultado de esta frenética toma, fue una serie de fotografías que, le regalé a mi novio cuando regresé de Europa.
Así que, querida Viena, claro que tengo que volver. Quiero ir a ver los cuadros de Klimt, quiero ver los palacios en donde se desarrolló el imperio Austrohúngaro, quiero escuchar tu música y recorrer tus calles con otros ojos. Ahora, no me arrepentiré nunca, de la forma en la que te experimenté. Las fiestas, las cervezas, la marihuana, las salchichas con y sin queso y los conciertos fueron un excelente aperitivo, para ir a verte nuevamente y las veces que sea necesario.








Comentarios