Antipatías Sarmiento, me llaman.
- Andrea Sarmiento

- 20 nov 2020
- 3 Min. de lectura
– “...Y si tu amor no vuelve, me toca conformarme con fotografías...”– A grito herido vengo escuchando uno de esos vallenatos clásicos, que Greeicy puso nuevamente de moda, mientras manejo por la carrera treinta y estoy extrañamente feliz.
No ha pasado nada extraordinario. Es viernes, no tengo plan y siento que no lo necesito.
No entendía esta sensación de comodidad, quedandome un viernes por la noche sola, con mi diario, mis libros y mis dos gatos.
Pero creo que sé a qué se debe.
Últimamente he tenido varias peleas y no me siento mal, algo que me parece raro.
No es que esté feliz por pelear con los que me rodean, lo que siento es que eran necesarias hace mucho tiempo, y solo hasta ahora las estoy teniendo. Hacen parte de un proceso en donde el detonante fue el proceso de aceptación de mi cuerpo, y siento que esto ha permeado otras áreas de mi vida.
Comencé a escribir y a publicar cosas que meses antes, nunca hubiera estado dispuesta siquiera a decirle a mis amigos más cercanos.
Y me fui dando cuenta que acto a acto, carta a carta, conversación a conversación y pelea a pelea, me va importando menos lo que los otros piensan de mí. Y me va importando más, lo que yo pienso de mí.
Entonces, como ahora me importan más mis límites, los estoy poniendo por encima de lo que otros puedan opinar de mi o de mi vida. Increíblemente, antes permitía que sobrepasaran mis límites para no hacer sentir incómodo a nadie, excepto a mí misma.
También me está quedando mucho más fácil decir: No gracias. Porque ahora me importa mucho más lo que quiero, a lo que los demás me piden que haga o creen que debería hacer.
Me comienzan a importar mucho más mis valores y lo que me hace sentir bien, que las lealtades que según cualquiera yo debería tener.
Me comienzo a ver más bonita en el espejo. Y me importa más eso, que si me subí o no de peso, o si los pantalones me quedan o no. Ahora uso las pintas que me gustan y que me quiero poner, porque ya no me importa si esas pintas son para flacas o para gordas.
Ya no me da vergüenza ponerme un vestido de baño en este cuerpo. Me miro al espejo orgullosa de mis curvas, mi color de piel y mis crespos, así la gente opine que yo me vería mejor con el pelo liso, bronceada y con unos kilitos menos.
Hoy en día, paso mi tiempo haciendo lo que realmente quiero hacer. Compartiendo con quien realmente quiero compartir. Y ya no me importa decir que me da pereza hacer algo o estar con alguien, porque mi tiempo ahora tienen mucho más valor que el: "Ay pero que pena, cómo le digo que no."
Publico lo que escribo y lo comparto en mis redes sociales, en actitud de “Ya que HPS” porque me importa más la fuerza que eso me genera, y la terapia liberadora que ha sido este proceso; que el “Uy de verdad que oso Andrea. ¿Qué hace publicando esas cosas?” .
Grandes victorias cotidianas para la relación que tengo conmigo. Posiblemente grandes derrotas con mi vida socialmente correcta y sobre todo cómoda.
Y sí, ya no soy tan querida con la gente, porque estoy comenzando a ser mucho más querida conmigo. Soy un poco más antipática con los que me rodean, porque estoy dejando de ser antipática conmigo. Seguramente ya no soy tan agradable y complaciente con los que me rodean, porque hoy con quien soy agradable y complaciente es conmigo.
Y por supuesto, ahora incomodó mucho más, a quienes estaban acostumbrados a una Andrea complaciente, amable, divertida, simpática y adecuada. Una Andrea que se callaba muchas cosas, omitía otras. Que pocas veces decía "NO" y casi nunca ponía límites. Esta Andrea simplemente cambió el enfoque; ahora es divertida, simpática, adecuada, querida y complaciente para sí misma.
Y bueno, en este punto me enloquecí, pues estoy hablando de mí en tercera persona. Sin embargo eso es lo que hoy me tiene feliz, cantando vallenatos a grito herido un viernes después de salir de una notaría, sin ningún asomo de planes más que estar conmigo.








👍👏👏👏👏👏