Arrastrar
- Andrea Sarmiento

- 1 abr 2022
- 4 Min. de lectura
Emilia le sonríe y lo espera en el carro.
Cuando Emilia no quiere pensar abre Instagram. Qué fácil es escapar del mundo y de la mente con las redes sociales. No ver nada y ver todo al mismo tiempo. Se va a las historias. El contenido efímero que dura solo veinticuatro horas pero que, si sumamos las horas perdidas del mundo entero viéndolas, puede haberse perdido una generación entera de ideas, obras, novelas, desarrollos científicos y tecnológicos. ¿Por qué se mete a Instagram? Porque Emilia no quiere pensar. No le interesa. ¿Para qué? ¿Para darle vueltas al hecho de que le cae mal al jefe y no sabe cómo solucionarlo?¿Para darse cuenta que, tal vez, ya la cagó con Pablo y él cree que es una perra?¿Para entender que ha perdido media vida pegada a una hijueputa pantalla?
Pasa a la siguiente historia. Cualquier celebrity hablándole a la cámara de cómo se peleó con su mejor amiga. Siguiente historia. Una pareja de cantantes bailando su último lanzamiento.
Siguiente historia. La profe de yoga pensando en voz alta. Ahí se queda. La escucha. La nueva filosofía y los nuevos pensadores tienen solo un minuto de atención para revelar el secreto para tener una mejor vida o lo que sea que quieran decir a sus seguidores. Un minuto para formular una idea y una permanencia de veinticuatro horas, después se esfuma. Veinticuatro horas para las palabras más acertadas del mundo entero o las más inverosímiles. Esa es la magia de todo esto, cualquier cosa estúpida o inteligente que hayas posteado en historias solo durará veinticuatro horas, una metáfora cínica de las veinticuatro horas que vivimos todos los días. Muchos dicen que desaparecen al llegar a las 00:00 pero yo creo que no. Yo creo que permanecen. Y creo que lo que hice ayer cuenta para lo que voy a hacer hoy, y lo que haga hoy va a tener consecuencias en lo que voy a hacer mañana. Pero en las redes pareciera que no es así, que puedes decir lo que se te dé la gana y un día después todo esfumó.
Siguiente historia. Otra celebrity con el cuerpo más perfecto que existe en el mundo, más normalizado, más trabajado. Sacando barriga y apretando las nalgas, obligando a su cuerpo a mostrar la celulitis que no tiene, para acompañarlo con un discurso de “quiérete tal y como eres”. ¡Estúpida! piensa Emilia y yo la apoyo. Recuerdo la escena de Euphoria en la que Kat pelea con el celular y todas estas influenciadoras que, no hacen más que mostrar el resultado esculpido de sus cuerpos después de horas de hambre, frustración y ejercicio miserable. Sin alegría ni satisfacción. O eso es lo que Emilia y yo queremos creer y nos convencemos de ello. No queremos aceptar que esas viejas sean felices así. No es justo. En todo caso salen estas señoras diciéndole a Kat que debe amarse tal cual ella es. Que ellas también tienen problemas. Que ellas también tienen inseguridades. Y ella les responde “Ojalá mi salud mental me hiciera parecerme a ti…” Es una escena sofocante. Igual de sofocante a las redes sociales. Igual de sofocante a la idea de pensar que se está perdiendo la vida viendo videos inútiles y odiando a mujeres que, ni conocemos, por cuerpos que no tenemos idea de cómo fueron esculpidos. Con amor o con odio. Desde la vergüenza o desde el disfrute. O todas esas cosas al mismo tiempo. No tenemos idea y tampoco queremos darle vueltas a eso, solo nos queremos comparar y sufrir por ello.
Siguiente historia. Una vieja ahí haciendo el oso. ¿Cuál es la diferencia entre “una vieja ahí haciendo el oso” y una “influenciadora auténtica”? ¿el número de seguidores? Y sí se ha dado cuenta, querida lectora, que ¿solo le estoy hablando de mujeres? Sí, porque así me enseñaron a ser, a juzgar y criticar solo a las mujeres, teniendo vulva y senos, soy implacable con las personas que comparten esas características biológicas conmigo.
Siguiente historia. Emilia se cansó de ver historias, yo no, podría quedarme pegada todo el día, porque así funcionan, porque extraen de mí esos químicos que me hacen sentir “feliz”, que me vuelven adicta a una pantalla sin importar el contenido.
Ahora nos vamos para el feed. Y así seguimos perdiendo el tiempo, pensando en nada, mandando la mente a la mierda mientras estamos hipnotizadas y ciegas por las endorfinas que libera ese aparato que ya se volvió una extensión más del cuerpo de todo Millennial. Ese al que le da síndrome de abandono cada vez que pierde el celular, se queda sin batería o lo deja en cualquier lugar.
El pulgar continúa haciendo el movimiento mecánico de empujar las imágenes hacia arriba. Baja el dedo a la base de la pantalla y lo arrastra. Lo hace. Lo vuelve a hacer. Lee todo y no lee nada. Quiérete. Encuéntrate. Ámate. Compra. Busca. ¡Imperativos! De eso están llenas las imágenes de Instagram. ¿Por qué es su red favorita? No tengo ni puta idea. Yo estoy clara. Me quieren volver adicta a esa vaina, pero Emilia… ¿Quién putas quiere lo vivan mandando a toda hora? Mandando, además, a hacer cosas que ni siquiera sabe que quiere hacer. Pues a Emilia. Y una generación completa de tontos detrás de un celular.
Llega Pablo. Abre la puerta, se sienta y vuelve a cerrarla.
Emilia bloquea el celular.








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