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Carta al viejo Rey.

Recuerdo cuando te escribí la dedicatoria inicial del libro que hice pensando en ti.

Una noche en Florencia después de enterarme que tu estado de salud estaba empeorando. Ese día sentí una inmensa nostalgia al no poder estar cerca a ti, y por eso, decidí emprender el proyecto de las memorias de mis cuatro abuelitos contigo como inspiración.


Hoy vuelvo a ti ya que vimos un vídeo en Youtube con mi papá acerca de la historia del pueblo: La Colonia del Sumapaz, en el municipio de VillaRica, Tolima. Donde creciste y viviste gran parte de tu vida. Allí donde conociste a mí abuelita. Estudiaste. Partiste en una travesía por la selva y de donde la violencia te saco en el año 1949.

Te recuerdo como un hombre supremamente sabio. Culto. Conocedor de la historia de Colombia como pocos. Tal vez gracias a ti es que le tengo amor a la historia, ya que contabas con tanta pasión los momento que viviste que era emocionante y cautivador escucharte en la sala de la finca, con los pajaritos de música de fondo y los árboles frutales como paisaje.Te escuché hablar del coronel Rojas Pinilla, Laureano Gómez, Mariano Ospina entre otros presidentes de tu época. Nombres que son muy familiares para mí a diferencia del resto de personas de mi generación.

Además de tus historias, es muy lindo recordar tus carcajadas en las tardes de tragos. Tus dichos tan particulares como cuando alguna vez le dijiste a mi hermano:


– “¡Eso! Hágase el marrano. Que yo me hago el cuchillo”– después de que hizo alguna maldad.


Tus palabras raras y que nunca le escuche a nadie más como “Religiosamente”. Y sobre todo tu forma de ser: un hombre trabajador. Que se le medía a cualquier empleo. Que no se cansaba. Y que tampoco se quejó nunca, a pesar de las extensas jornadas de trabajo; o ya en tu vejes, de los dolores de cáncer que te mato.

Gracias a ti, aprendí a amar y a cuidar a la naturaleza. Pues en tu finca en Viotá Cundinamarca tuve la grata experiencia de recoger mandarinas, naranjas y mangos para estar comiéndomelos dos minutos después. Los limones sí no, porque me daba miedo, pues decían que habían encontrado una culebra allá. Y por este motivo mi abuelita siempre mando a mi hermano a recogerlos para la limonadita del almuerzo.

Allí siempre tuvieron animalitos. Cómo olvidar a Buck, a María Paz y a Motas entre otros perritos que nos recibían con tanta alegría siempre que llegabamos a pasar vacaciones. El eterno Martín o Martína, los gatitos que mi abuelita siempre bautizaba igual. El lago al que íbamos a pescar. Plan que en ese momento me pareció aburridísimo, pero que hoy en día disfrutaría enormemente. Los pajaritos, a los cuales mi abuelita siempre ponía un plátano en la piedra frente a la cocina para verlos mientras ella preparaba una torta de pan o de yuca.


Gracias a la finca y a lo que viví allá con ustedes, me enfrente a lagartijas, sapos enormes, bichos de todas clases, arañas de todos los tamaños. Entre muchos otros animales con los que muy pocas personas de la ciudad tienen interacción, y que muchos otros temen.

Tambien aprendí que lo único que se necesita para ser una persona culta, es querer serlo. Pues a pesar de que solo hiciste hasta tercero de primaria, te convertiste en el técnico electricista del pueblo siendo aun un adolescente. Aprendiste a tocar instrumentos y dar serenatas, gran cualidad que enamoró a mi abuelita. Sabías historia de Colombia y el mundo. Y siempre fuiste una de las personas más cultas que he conocido en mi vida.

La leccion que tal vez más valoro actualmente es: Echárle ganas a vivir. Pues a pesar de los momentos tan difíciles que viviste, por mencionar algunos:

- Perderse en medio de la selva durante más de treinta días.

- Tener que huir de tu querido pueblo por la violencia entre conservadores y liberales.

- Que tu primer hijo hombre, Gilberto, muriera teniendo solo ocho meses.

- Salir de tu jornada como operario de Acerías Paz del Río para montarte en un taxi y seguir dándole.

Entre muchos otros sacrificios que seguramente callaste. Pues eras de temperamento humilde. Sin ninguna intención de victimizarse o enaltecerse. Simplemente fueron las circunstancias que elegiste o te tocó vivir. Y las enfrentaste con entereza. Manteniendo una familia de ocho, incluyendo a Kenny el perrito. Y como bien me dijiste una noche en Barichara:

–Nunca les faltó un pan en la mesa. Ropa que vestir. Libros con qué estudiar. Y su regalito de navidad– Algo que te hacía sentir supremamente orgulloso.

Finalmente envejeciste. Ya en tu época de pensión en el año 1986 en la finca de Viotá. Que según mi abuelita se llamaba "Las Tres Palmas". Yo te veía religiosamente levantarte muy temprano a tu rutina campesina: Darle de comer a las gallinítas y a los pescados. Después te ponías a guadañar o arreglar los arboles frutales, mientras mi abuelita prepara el desayuno – además de lidiar con nosotros, que cuando no estábamos peleando, estábamos en la piscina que construiste para nosotros–. Desayunábamos juntos y volvias a tus labores. Ya en la tarde después de almorzar, te sentabas en la sala de la casa a tomarte unos whiskys con mi papá, mis tíos y tías para hablar de política, que generalmente terminaba en pelea con mi papá. Y en la noche la rutina consistía en ver el noticiero y las novelas que solo nos perdíamos cuando estabas entonadíto.

Allí tuvimos que vivir la situación política del país. Pues en los gobiernos de Samper y Pastrana, Viotá se volvió zona roja dominada por la guerrilla de las FARC. Lo que hizo que ese pueblo tan lleno de vida al que yo estaba acostumbrada ahora solo estuviese lleno de silencio y miedo. Ya nadie iba a tomarse unas cervezas a las tiendas de la plaza. Ya no habían ferias de artesanías ni vida nocturna. Solo se podía comprar cerveza Polar y gaseosa Sol. Los únicos productos que la guerrilla dejaba entrar al pueblo. Alguna vez nos contaste cómo en esa época a un señor del pueblo le habían quemado el carro solamente por traer de Bogotá varias cajas de Coca Cola para vender en su tienda.


Fueron momentos muy difíciles. Porque nuevamente la violencia estaba afectándote directamente. Ya que tus nietos e hijos dejamos de ir a la finca por miedo a las pescas milagrosas. Y así como se apagó la vida en el pueblo se apagaron las celebraciones en la sala de la finca bailando, riendo y tomando, situación que te mortificó mucho. Ya que si había algo tú disfrutabas era tenernos a todos reunidos para celebrar una navidad o un año nuevo con el respectivo asado al otro día. Los primeros de enero con asado celebrando esa fecha del año 1926 en el que nos diste la gran fortuna de llegar a este mundo.

Llegó el Gobierno de Uribe. Primeras elecciones en las que votaste en contra del partido liberal por la gran decepción que te había traído el Gobierno de Samper. Y la situación comenzó a mejorar. Viotá volvió a florecer. Nuevamente se podía encontrar cerveza Bavaria y productos Coca Cola. Entre muchos otros que hace tanto no se veían en el pueblo. Y con ellos todos volvimos a las tres palmas. Se revivió la celebración del navidad, el año nuevo y el asado de celebración de tu cumpleaños. Las dormidas en colchones por lo llena que estaba la casa, –situación que a ninguno incomodaba– los postres, la comida y juegos de todos los primos en la piscina.


Además de pasar nuestras vacaciones allí. Comiendo arepitas y arroz con leche de lo lindo entre otros manjares con los que la abuelita nos consentía. Nuevamente jugábamos parqués con ella, mi prima y mi hermano, juegos que pocas veces podíamos terminar, debido a sus rabietas de mal perdedor, porque se iba o porque tiraba al piso todas las fichas. Esperar media hora después de desayunar o almorzar impacientemente para poder meternos a la piscina. Escuchar tus historias de política e historia. Y las novelas de la noche. Puedo decir que tuve una niñez hermosa. Llena de risas, peleas, naturaleza, historia y comida rica.

Tu estado de salud comenzó a deteriorarse y ya no te quedaba tan fácil salir a guadañar la “finquita” – una forma muy tierna de llamar un terreno de tres hectáreas– que mantenías tú solo. Y con mucho remordimiento tuviste que ponerla en venta para irte a vivir a Anapoima con mi abuelita y tía Nohora. Un lugar más cercano a Bogotá. En una casa con un terreno más pequeño y más cerca del pueblo, por si acaso. Allí volvimos a pasar vacaciones hasta que decidieron que lo mejor era que vinieras a vivir a Bogotá por tu salud. Contigo aquí pasamos más tiempo juntos. Y fue en esta época en donde comenzamos a viajar a diferentes pueblos. En uno de esos paseos, en la plaza de Tibasosa en Boyacá, me relataste la historia de tu vida mientras yo te grababa con la cámara filmadora de mi papá, dándomelas de periodista.

Por esta época compraste tu primer carro 0 km. Un Chevrolet Spark que no pudiste manejar ya que el clutch era demasiado suave para ti, acostumbrado a manejar carros viejos y duros. Debido a que no lo pudiste sacar de concesionario yo tuve que manejarlo hasta la casa y en el camíno, sin querer, cogí un hueco enorme que habia en la via. Situación de la cuál salió esa gran frase tuya, que aún hoy en día nos hace reír:

–¡Ya se petaquió el carrito!–

Y así, vivimos contigo el día a día. Tomábamos onces los fines de semana antes de que saliéramos con los respectivos novios de adolescencia. Celebrábamos los cumpleaños de la familia en tu apto, punto de encuentro para todos. Y fue durante este tiempo decidí hacer mi último semestre de universidad en Italia, decisión que celebraste y apoyaste.

Estándo allá, fue donde me enteré que tu estado de salud había empeorado. Lo que nos lleva al principio de esta carta. En ese momento como estaba lejos y no podía estar contigo, decidí comprar postales de todos los lugares que visitaba para mandártelas,y que de alguna forma nos acompañaramos mutuamente durante mi estadia en Europa. Mi papá las recibía y te las leía. Decías que era tu mejor medicina.

Pasaron los meses. Yo termine el semestre. Aproveché para dar una vuelta por Europa pero estando en España mi papá me llamó a decirme que me devolviera, pues estabas muy mal de salud y él creía que tú nos estabas esperando a mí y a mi hermano para despedirte. Al día siguiente tomé el primer vuelo a Colombia. Gracias a Dios nos pudimos despedir.


Al verme no dijiste nada. Solo miraste al cielo dando gracias con un gesto en tus manos y te volviste a dormir. Yo solo pude acostarme a tu lado, cogerte las manos y darle gracias a Dios por poder estar ahí contigo y acompañando a mi papá en este momento tan difícil. Pocos días después te nos fuiste. Dejándome un vacío enorme, pero con la tranquilidad de haberte acompañado durante estos últimos meses de vida a través de mis postales y físicamente en tus últimos días.


Hoy en día me acuerdo de ti. De todo lo que nos enseñaste y de todos esos lindos recuerdos que aún conservo. Dándote gracias por enseñarme a ser un buen ser humano. A cuidar a quienes me rodean. A apreciar todo lo que mis papás me dan día a día. Y a amar la vida a la que te tú aferraste ochenta y cinco años.

 
 
 

1 comentario


heviolethcastro
heviolethcastro
01 ene 1970

Hermoso relato, trajiste a mi mente recuerdos que atesoro, reír con los dichos del tío, sentir, a través de tus palabras cargadas de amor y nostalgia, que solamente muere el que se olvida!

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