Despedida a Bogotá: Tercer Campanazo
- Andrea Sarmiento

- 24 abr 2024
- 5 Min. de lectura
Estos últimos tres días, he estado con mis sobrinos, padres, mi cuñada y hermano.
Jugamos, hablamos de los preparativos para irme a vivir a otro país y comemos juntos.
Es el último día y mi hermano tiene que irse a la práctica de L, así comienza el día de la despedida final. D y yo nos despedimos sin mucho espacio para las lágrimas y con la esperanza de que pueda acompañarnos al aeropuerto más tarde. L se despide como si fuera un día como cualquier otro. Nos quedamos mi papá, mi mamá y yo con C y A un rato más. Echamos chisme, jugamos y alargamos la despedida lo más que podemos.
Llega la hora de irnos.
Me despido de A, le repito todas las veces que puedo que la amo y que nos vamos a ver pronto, una reafirmación insistente más para mí que para ella.
C me mira cuando es su turno y se le aguan los ojos, a mí también, nos abrazamos largo. Un poquito más de tiempo juntas. No decimos mucho, la voz no nos lo permite y como con mi abuelita nos sostenemos juntas en el abrazo.
Tomamos aire.
Un último abrazo.
Y salimos por la puerta con mis papás.
Bajamos por el ascensor. Nos subimos al carro y vamos para la casa a recoger maletas.
S me dice que nos quiere acompañar al aeropuerto.
— My Love estoy saliendo de donde C te recogemos?
— Sí, de una, ya estaba pidiendo Uber.
— Somos tu Uber, te recogemos pasando el Oxxo.
— Vale.
— Estoy en shock, no puedo creer que esto es en serio— dice S mientras se sube al carro. Le cojo la mano. Yo también estoy en shock y no sé qué siento.
¿Qué hago?
Nada.
Vuelvo a entrar en modo silencio emocional.
Llegamos a la casa.
Tengo que revisar si tengo en la cartera el pasaporte, la carta, todo lo que me van a pedir para entrar a Reino Unido. Decidir si me llevo o no los tacones dorados que ocupan media maleta. Cualquier cosa que me distraiga del hecho de que me voy a vivir a otro continente.
Cuando ya no queda ninguna excusa me acuerdo de Dalí, Lenon y Balú.
—¡Ay S yo no me he despedido de los Gaticos y de Balú! O sí, pero, pues no sé como están — le digo a mi prima que es bruja y media. Estoy realmente preocupada porque no he tenido una conversación de despedida con el par de machos que se me arrunchan todas las noches en la cama, ni con el loco sin miedo a nada que me ha hecho correr siete veces a urgencias veterinarias.
— ¿Quieres que hablemos con ellos? —pregunta S.
— Sí, dame un segundo los llamo— comienzo a gritar —Daliiiii, Lennoooooon, gorditos vengan. Ellos llegan. Mis gaticos hacen caso, la mayoría de veces.
— ¿Qué les has dicho? — me pregunta S.
— Hace ya varias noches, cuando estoy con ellos en la cama, les digo que me voy a ir. Que voy a venir a visitarlos. Que se van a quedar muy bien con los abuelos.
— OK ¿Con quién comenzamos?
— Con Lenon que es una diva.
Los dos ya están en sus puestos: Lenon en la cabecera izquierda de la cama en la que estamos sentadas con S y Dalí en su cobija favorita.
S cierra los ojos y se conecta con Lenon.
— Andre lo tiene clarísimo. Te entiende perfecto. Y no está contento.
Yo consiento a Lenon mientras S me habla, él se arruncha contra mí. No digo nada.
— Dice que te va a extrañar. Dice que entiende que te vas, que no le gusta, pero que OK. ¿Quieres decirle algo?
—Sí — le respondo — Dile que aquí va a estar mejor, que los abuelos lo van a querer y a consentir mucho.
—Que listo —dice S mientras se ríe por la antipatía y desdén de mi pequeña diva. A mí no me sorprende su actitud. Cierra la conexión con él.
— Ahora vamos con Dalí — se conecta con él — Dalí todavía no se siente en casa, me dice que la casa es muy grande.
— Claro es que él está acostumbrado a espacios más pequeños —le digo mientras lo miro acostado en su cobija.
— Pero él está más tranquilo. ¿Sabes?
— Ah, qué bueno.
— Que sabe también que te vas a ir.
S cierra la conexión con mis dos animalitos.
Tratamos de entrar a Balu al cuarto y relajarlo para hablar con él, pero este personaje ya se pilló que hay maletas y alboroto, entonces no es capaz de quedarse quieto. Está superansioso porque se dio cuenta de que alguien se va largo y lejos. Lo alzo del piso, lo pongo frente a mí y trato de hablarle a los ojos. Él no deja de mover la cabeza chequeando en su falta de movilidad temporal que nadie está fuera de su vista. Le hablo directo y le digo que no me demoro, pero yo sé qué mínimo serán tres meses si es que las estrellas se alinean y logro venir a fiestas navideñas.
Para ese momento estamos comenzando agosto.
— Amor, ya es hora de irnos —entre mi mamá al cuarto a avisarnos la hora de salida mientras estoy apretando en un abrazo a Balu, ya que no se dejó hablar.
Bajamos.
Mi papá ya ha empacado las maletas en el carro.
Vuelvo y reviso. Saco del morral el canguro. Pasaporte. Carta de entrada. Tarjetas de crédito.
Cierro el canguro. Cierro el morral. Doy la vuelta al carro, abro la puerta y me siento en la parte de atrás con S. Mi papá y mi mamá ya están sentados adelante.
Mi equipo celestial se puso la diez y logró cuadrar una serie de relevos entre cuatro caballeros custodios que me llevarán de la mano de Colombia a Reino Unido:
1. Mi papá, en compañía de mi mamá y S, al aeropuerto de Bogotá.
2. J, el prometido de S, el piloto del vuelo a Londres.
3. En el aeropuerto de Londres me recogerá mi primo D.
4. Y D, me llevará finalmente a la casa del mejor amigo de mi prima, L, que me está esperando con N, B y K en su hogar.
Llegamos al aeropuerto. Comemos en Crepes y nos encontramos con J. Él se sienta a tomarse un café con nosotros diez minutos y se levanta.
—Andre trata de entrar antes de las nueve a migración, las colas están muy pesadas
—Vale J, gracias, ya nos vemos.
Pedimos la cuenta. Mi papá paga. Nos levantamos y nuevamente comenzamos a caminar a paso tortuga para demorar lo más que podamos la despedida.
Estando ya frente a la puerta de migración nos abrazamos. A los cuatro se nos aguan los ojos y nuevamente nos sostenemos en un abrazo. Mientras nos abrazamos me dan todas las recomendaciones.
— Amor, porfa escríbenos apenas llegues, apenas te encuentres con D y cuando llegues a la casa de N y L.
Termina el abrazo más largo de todos con mi papá, nuevamente, no puedo hablar y alargamos los segundos lo más que podemos en el abrazo.
Ya tengo que entrar.
Me separo del cuerpo de mi papá y siento que hay ahora un abismo entre nosotros y que tengo que caminar hacia atrás para no caerme. No soy capaz de darles la espalda. Camino en reversa buscando la fila. Entro a migración. Hay unos paneles que ahora nos separan ahora. Alcanzo a ver a S, mi papá y mi mamá entre las rendijas, siguen allí. Ellos no me ven, yo sí a ellos. Rompo en llanto. Todo ese silencio emocional se quiebra y me doy cuenta de que he decidido irme a vivir lejos de todas las personas más importantes en mi vida. La fila en migración dura aproximadamente dos horas, y ese es el mismo tiempo que dura mi llanto, todas esas emociones que había contenido antes, ahora se derraman en mi cara.








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