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Despedida a Bogotá: Introducción.

Actualizado: 24 abr 2024

Ya por fin logré ir al baño después de levantarme de la silla ocho veces. Alguien siempre me robara mi turno que, para mi tercera parada, ya era evidente que seguía yo.

Vuelvo a mi asiento.

Saco mi diario y vuelvo a escribir. No lo hacia desde hace ya largo rato.

Llevaba dos meses viviendo en espacios ajenos. Desde Junio, exactamente, cuando salí tamboreada de mi apartamento porque le conseguimos clientes antes de lo esperado. Y de un momento a otro tuve que agarrar todas mis cosas personales —la ropa, los libros, los corotos varios, las ollas dañadas y los nuevos muebles de los gatos —para irme a vivir con mis papás.

Dejando allí, en el espacio que llevaba construyendo hacía cinco años, el sofá que me habían entregado un mes atrás, el escritorio en el que adquirí la costumbre de escribir de cinco a seis y media de la mañana, los cuadros de Yu y de Valdivo y, todos los muebles que tenían que quedarse porque lo arrendamos amoblado y decorado.

Hasta aquí todo suena como una tragedia. Sí o qué. La verdad es que salí de mi apartamento por una oportunidad laboral espectacular. El avión en el que la empresa me manda en Business —mi primera vez, y como toda primeriza le tomo fotos, mando videos a mis amigos y chicaneo una silla que ni por el chiras yo estaría en capacidad de pagar —se dirige a Londres. Tengo un ascenso en términos de cargo y también en términos de relevancia por el equipo regional al que entro.

Sé que era lo que mi carrera necesitaba, lo que yo quería como crecimiento profesional. Se valoriza mi hoja de vida como profesional un montón. Y me están esperando con la mejor actitud, en uno de los equipos más diversos, divertidos y chéveres con los que he trabajado. Estoy feliz. Es una oportunidad la hijueputa pero, que guayabo tan hijueputa también da, dejar al país y a la gente que uno quiere.

Hasta ahora lo estoy procesando.

Después de por fin ir al baño, desayunar y dormir ocho horas en un vuelo en donde la turbulencia me arrulló toda la noche.

Para ser sincera yo estaba en actitud "Me voy a vivir a Chía. Aquí no más".

Días antes de pasar por la puerta de este avión que, mas bien se sintió como pasar por un portal interdimensional a una vida paralela, veía cómo los que me quieren lloraban por mi partida. A mí se me aguaban los ojos pero, más de empatía con ellos que por lo que yo estaba sintiendo.

Estaba en shock.

No sentía nada.

Sobria, valga la aclaración, porque en la rumba de despedida en Ghetto no podía parar de llorar cuando me tocó despedirme de K, mi amiga de hace ya diez años. Como hablamos con S, mi prima —que se convirtió en mi hermana de un tiempo para acá —fue el único momento en el que el miedo o terror a sentir se rompió por los güaros que La W ya me había embutido.

El resto del tiempo previo a mi partida… silencio.

En términos de acción hice todo. Envié los papeles. Entregue mi puesto en el equipo. Logré cerrar mis temas en Colombia. Hacer y hacer sin sentir nada. No sentía o, si sentía algo era temor, ansiedad y estres y no tenia ni puta idea de cómo identificarlas, mucho menos manejarlas.

No sé tramitar esas emociones.

No tengo más herramientas que la escritura que no me fue disponible en estas semanas por falta de capacidad mental y emocional.

Entonces preferí tramitarlo, si es que se le puede llamar así, en alcohol y compañía de los que quiero.

Y es ya viendolo todo en retrospectiva, solo hubo tres momentos en los que sentí que esto de irme a vivir al otro lado del charco era una realidad.

Los llamaré los tres campanazos para hacer honor a la campana de no sé cuantas toneladas que le da nombre a uno de los monumentos icónicos de esta ciudad. El Big Ben. Al que hasta hace muy poco le decía el Big Bang, sí, como el inicio del Universo. Por distraída, boba, ignorante. Cosas con las que hago el oso y ni cuenta me doy. Cosas que me pasan con bastante frecuencia. Tantas que ya es un parche reírme de mi misma y mis momentos chistosos.

Ahora, ¿Cuándo exactamente comencé a sentir algo? Ese jueves que me fui con L a tomar "algo tranqui" y terminó en cuatro margaritas y no sé cuántos vodkas hablando yo en portugués, L y la W en inglés hasta las tres de la mañana cuando nos sacaron de Andres DC.

Al otro día no era persona. Falté a dos reuniones sin intención consciente pero a gritos afirmativos inconscientemente. Y lo único que hice en la reunión a la que sí pude asistir fue apagar el micrófono y cámara para entregarme el llanto de la decepción, culpa, ansiedad y rabia.

Ahí me di cuenta que sí estaba pasando algo a nivel emocional que no estaba entendiendo muy bien. Los hechos eran que salía de ese grupo de profesionales con los que hablaba en ese momento. Ya no sería mi equipo. Y esta tendencia latina de considerar que el equipo de trabajo es la familia, en esos momentos de despedida, es bastante nociva.

Actuó estúpidamente.

Como después hablé con N lo más inteligente y fácil era decir que sí a todo, al fin y al cabo ya estaba afuera. Ya me iba. Y lo mejor es siempre salir sin peleas y no dejar enemistades. Salir bien con todo el mundo mirando hacia lo que me esperaba. Pero no, claramente actúe de la forma más insólita y sobretodo pendeja que pude haber actuado.

Me aferré.

Me aferré con las uñas a algo que creía era mío pero nunca lo fue.

Me sentía como una bestia que tuvo un embarazo ficticio y se agarraba con las uñas a un territorio estéril que nunca albergó nada que fuese exclusivamente de esa bestia.

Aún así me aferré.

Sabía que era la posición más jodida que podía tomar para mí y para todos los que participaban en esta transición profesional pero me pudo más la soberbia. El sentirme indispensable y la posición tonta de "aquí la que sabe soy yo".

Yo sinceramente es que estaba irreconocible ante mí misma.

No suelo actuar con tanta fiereza.

No suelo engancharme en peleas estupidas sin sentido, en las que hay que pelear sí, sin embargo esta no era una pelea siquiera.

Puede que el resto de mi equipo de trabajo no lo estuviera notando, o tal vez algunos.

B me escribió alguna vez "Estas medio bipolar".

Trataba de ser los más inteligente emocionalmente que podía, pero al mismo tiempo la insensatez me ganaba en la mayoría de casos.

Hablé con I:

—No estoy sabiendo tramitar esta mierda. — Y así comenzó nuestra mañana de terapia improvisada.

 
 
 

1 comentario


soniacas782
09 oct 2022

Que bien describes lo que nos pasa a todos en este mundo ante lo que vivimos y en la decisión que se toma ante cada bifurcación del camino. Me encanta como relatas y me gusta tu honestidad, tu mirada interior, tu sinceridad y la libertad que te permites a ti misma para entender tu espíritu y el viaje por esa tierra que a veces no parece tener propósito sólido ni sentido. La verdad está dentro de nuestras mentes y es la misma para todos. Creo que la estás hallando temprano en la vida, lo cual trae grandes ventajas y compañías poderosas. Un abrazo y felicitaciones.

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