Enfrentando monstruos con mi hija
- Andrea Sarmiento

- 31 jul 2020
- 9 Min. de lectura
Mi linda y consentida hija.
Aquí en tu cuarto mientras bailamos juntas la canción que más nos gusta, me reconozco como una mujer hermosa, inteligente, segura y muy afortunada.
Contigo no tengo la necesidad de ser modesta y como tu madre quiero que aprendas a reconocer todo lo que eres sin diminutivos y sin menos preciar lo que has hecho y logrado.
Sé que la forma en la que aprendes es a través de ejemplo y precisamente por eso reconozco y aprecio todo lo que soy y lo que he logrado en mi vida.
Y sí. La verdad es que soy una mujer que ha alcanzado grandes éxitos profesionales. Soy tu mamá. Hermana e hija de una familia llena de matices y en medio de esa hermosa diversidad somos una familia unida y muy divertida. También tengo amistades fuertes y sinceras de hace años.Por último soy esposa, amante y compañera de tu papá. Un hombre que nos ama, nos consiente, nos acompaña y que nos reta para crecer y aprender juntos lo que nos queda de vida a los tres.
En general soy una mujer feliz, rumbera, amorosa y consentida. Que ilumina la vida de todos los que la rodean y que también recibe mucha luz y amor de su entorno. Y precisamente por eso decido iniciar un viaje muy profundo de introspección, el cual sé que será muy difícil pues vamos a un momento oscuro al que hace mucho tiempo no volvía porque es muy doloroso. Decido hacerlo contigo y por ti, mi linda bebe, para entender qué debo enseñarte, cómo decirte las cosas y qué debemos hacer tu papá y yo para que seas una mujer feliz, respetada, valorada y amada por todos los que te rodean.
Hoy me vas a acompañar a visitar a la mujer que fui en ese momento. De quien aprendí grandes lecciones y a quien amo, acepto y respeto. Además de agradecerle inmensamente pues fue quién me entrego la fortaleza que tengo hoy en día.
Este viaje inicia con mi esencia. Siempre he sido un alma alegre, extrovertida, amable, y muy espontánea. Así nací y esas fueron características que mis padres notaron desde que estaba bebe, como estas tú hoy en día.
Pasó el tiempo y ya siendo una niña le tenía mucho miedo a los supuestos monstruos que estaban debajo de mi cama. En el momento en que mis papás salían de mi cuarto y apagaban la luz, comenzaba a imaginarme que esos monstruos iban a llegar hasta mi cama a hacerme daño. Cualquier sonido era un indicio claro de que ahí estaban. Me llenaba de pánico y me tapaba debajo de las cobijas, pero sus pasos se sentían cada vez más cerca, hasta que finalmente el miedo me daba las fuerzas suficientes para quitarme las cobijas de encima, levantarme de la cama y salir corriendo a que mis papás me salvarán. Con una caricia, un par de palabras y en los brazos de mis padres todos esos monstruos se esfumaban. Ya estaba sana y salva.
Esta niña se convirtió en una adolescente supremamente segura. Querida por todos. Además de tener muchos admiradores por su actitud arrolladora, astucia e inteligencia. Atrás habían quedado los pánicos nocturnos. Pues entendía que esos monstruos eran solo producto de mi imaginación y que no podían hacerme daño. Me gradué finalmente del colegio. Cada uno de mis amigos y amigas tomó su camino.
Yo quise explorar el mundo y hacer mi pregrado en otro país. Lejos de mi familia comencé a vivir sola. Terminé mi pregrado. Conseguí un muy buen puesto y decidí iniciar un posgrado. Allí en este país también conocí un hombre muy guapo que se convirtió en mi novio y que después de unos meses se vino a vivir conmigo.
Durante ese tiempo de aquel noviazgo algo comenzó a cambiar en mí. Ya no era tan alegre y divertida como lo era en el colegio y en el pregrado. Esa personalidad arrolladora que siempre me destaco, se estaba perdiendo.
–Estoy madurando–. Me dije muchas veces.
Sin embargo, un día entendí que ese cambio de personalidad no tenia nada que ver con mi madurez. La verdad es que estaba reprimiendo actitudes, sentimientos y emociones, muy naturales en mí, por un ojo inquisitivo que estaba constantemente dándome a entender que estas actitudes no le gustaban. Estas miradas venían del hombre al que amaba. Esto hizo que inconscientemente yo comenzara a omitir, ignorar y reprimir estos impulsos de bailar en una fiesta, de sonreír y reír con las personas que me agradaban, y de cantar a todo pulmón mis canciones favoritas con mis amigos.
Las miradas malintencionadas, por parte de mi novio, pasaron a ser críticas.
Críticas a lo que yo era en esencia.
Críticas a quien siempre había sido, fui, y seré.
Críticas a la niña extrovertida, a la adolescente segura, y a la mujer atractiva y exitosa que era en ese momento. A lo cual me dije:
–Bueno, tal vez tiene razón–. Y las deje pasar.
Lejos de imaginarme la puerta que estaba abriendo al pasar por alto sus críticas pues con el tiempo estas críticas cada vez fueron mas intensas. Hasta convertirse en ofensas.
Debido a esta situación era mas discreta y silenciosa. Actitudes que no son naturales en mí. Sentía que cualquier movimiento en falso podría generar un maltrato verbal y por eso decidí dejar de ponerme la ropa que me gustaba. Tomé la decisión de sentarme siempre a su lado en las reuniones. De no mover un solo músculo cuando mi canción favorita sonaba. Y de no sonreír o mirar a los hombres para no correr riesgos de ser maltratada al llegar a la casa. Mientras tanto, el amor que sentía por él se convirtió en miedo y comencé a pasar menos tiempo en casa. Me concentré en el trabajo, el posgrado o en cualquier cosa que me mantuviera el mayor tiempo lejos de mi novio y fuera de mi casa.
Además, las mentiras se convirtieron en mi escudo de protección. Escudo para protegerme mi novio, mi entorno y de mí misma. De mi novio para no ser maltratada verbalmente cuando estaba haciendo algo que posiblemente no le iba a gustar. Con mis amigos y familia para no ser juzgada y recibir sermones, señalamientos y opiniones de personas que no sabían lo que era vivir el maltrato verbal. Por último, me mentía a mi misma, ocultando mis sentimientos, reprimiendo lo que sentía y tratando de ignorar las actitudes y emociones que orgánicamente surgían por la situación tan difícil que estaba viviendo.
Como era de esperarse, me sentía muy solitaria. Cada ofensa que recibía se convertía en una lanza que llegaban hasta lo más profundo de mi ser. Ofensas que hoy en día siguen doliendo y que en ese momento llegué a creer verídicas e innegables por esa misma situación que yo estaba permitiendo en mi vida. Por ende, esa mujer atractiva y exitosa se fue perdiendo en una niebla de miedo muy densa que iba ocultando todas esas características con las que había nacido y que en ese momento sentía muy lejanas.
Me encontré siendo una mujer que no reconocía. Débil. Temerosa. Callada. Cuidadosa en extremo. Sin emociones. Navegando entre una niebla mental y recibiendo constantemente lanzas sin entender las razones por las que las recibía, pero con un claro emisor, el hombre con el que vivía.
Cualquier acción podía generar un maltrato verbal. Lo cual se volvió una rutina. Pero un día desde esa densa niebla llegó un golpe físico. Tristemente en ese momento justifique ese golpe. Pues creía que yo había actuado mal y que debido a esto merecía el maltrato físico y verbal que estaba recibiendo.
Y así justificado sus maltratos, llego el día en que mi novio tuvo un ataque de celos entrando a la casa con esa actitud de furia descontrolada que yo había visto tantas veces. Al acercarse a mi se revivieron esos recuerdos de niña cuando me daban ataques de pánico por miedo a los monstruos. La diferencia era que en ese momento sabia que sus pasos eran reales y que realmente podía herirme. Esta vez el monstruo logro tomarme de los brazos. Darme golpes en la cabeza y después tirarme al piso dándome patadas en la espalda y las piernas. Me dolían el cuerpo, el alma y el corazón. Pues me estaban dando una golpiza, algo que nunca había vivido. Y lo único que podía pensar en ese momento es que iba a morir a manos del que supuestamente me amaba. Cuando la golpiza acabo me encerré en el cuarto y lloré desconsolada en la que seria la peor noche de mi vida.
La niebla cada vez se hizo más densa en los días posteriores. No recuerdo exactamente qué pasó. Simplemente sé que lo perdone. Sin embargo, en medio de mi soledad, ya no volví a ver a mi pareja como un hombre. En adelante yo me convertí en esa niña chiquita llena de miedo, que temblaba cada vez que este monstruo introducía la llave en la puerta de la casa y entraba. Trataba de moverme, actuar y ser lo más pequeña, silenciosa e inexistente posible para evitar cualquier maltrato. Pero esto no era suficiente, pues si algo malo le pasaba fuera de casa yo era la persona que sufría las consecuencias.
En este estado de supervivencia en el que me encontraba, solo pude llegar a la solución natural para este sentimiento de pánico que no sentía desde niña. Salir corriendo a buscar a mi familia para estar sana y salva. Por este motivo comencé a buscar un traslado de nuevo a mi país, pues sabía que con este monstruo no bastaba con taparme debajo de más capas de protección. Sabía que necesitaba a mi familia, para que me ayudaran a salir de esta situación y a disipar esa niebla que no me estaba permitiendo pensar claramente ni tomar decisiones adecuadas.
El traslado se dio. Volví a casa. Mi familia y las personas que me aman me ayudaron a redescubrirme. Así, poco a poco, fui recuperando y reviviendo mi esencia, que duró tanto tiempo apagada. Comencé a ser más extrovertida, a sonreír, a jugar y a bailar, pues como siempre, mi familia sabe sacar lo mejor de mí.
Al mismo tiempo ese monstruo comenzó a volverse pequeño. Insignificante. Pues en el proceso de recuperar a esa mujer que naturalmente me correspondía ser, entendí que todas esas palabras que él me decía no encajaban con absolutamente nada de lo que yo era. Y un día no encontré ninguna razón para mantenerlo a él en mi vida. Entendí que no tenía ningún motivo por el cual recibir esas palabras de maltrato por parte de mi novio ni de nadie. Ese día termino la relación que inicio con una mujer llena de cualidades y que termino con una mujer llena de esas mismas cualidades pero más fuerte que nunca.
Y tu mamá, esta mujer fuerte que tienes frente a ti, después de este viaje y un par de lagrimas. Te trae las siguientes lecciones:
1. Debes aprender que ser feliz es una decisión que se toma día a día. Una decisión que comienza por amarte tal y como eres. Con tus curvas y tus esquinas. Con tus luces y tus sombras.
2. Debes aprende a valorarte, aceptarte y respetarte. Y desde esa posición exigirlo de todo tu entorno. Nunca permitas que nadie te diga o te haga creer lo contrario. Si te lo dicen, tienes suficientemente claro tu valor y lo que eres para que esto no te afecte.
3. Debes saber que las personas te pueden ayudar a crecer. Aconsejándote y acompañándote en tu proceso. Siempre y cuando todas las palabras que te digan surjan desde el respeto, el amor, la empatía y la comprensión. No debes confundir nunca un consejo con una critica a lo que naturalmente eres. Es una línea muy delgada que debes aprender a leer y en el caso en que sea traspasada debes saber como parar, reflexionar y detener cualquier conversación que te este haciendo daño.
4. Debes saber que no existe justificación alguna para el maltrato, la violencia y el abuso. Nadie, por ningún motivo, puede irrespetarte y maltratarte emocional o físicamente. Si pasa debes hablarlo, denunciarlo y asegurarte que nunca más vuelva a pasar. Y así como mereces respeto, tu también debes entregarlo a todas las personas que están y estarán en tu vida.
5. Debes saber que el maltrato inicia con pequeñas señales. Miradas, actitudes y reacciones que son muy fáciles de pasar por alto y que abren una puerta que será muy difícil de cerrar después. Por eso debes estar atenta a cómo reaccionan las personas a tu alrededor y sobre todo contigo.
6. No debes tenerle rencor a la persona que por cualquier motivo te maltrato. Pues si bien te hizo daño, el rencor hacia esa persona lo único que te va a producir es un daño mayor a ti y a los que te rodean.
7. Debes entender que las personas que abusan, irrespetan y maltratan, posiblemente lo hacen porque ellos lo sufrieron. Pero, sobre todo, debes entender que no es tu problema. Y que son ellos quienes deben solucionar y atender sus razones.
8. Por último, debes entender que a pesar de que te hayan maltratado hay que desearles lo mejor. Que sanen su corazón. Que nunca más vuelvan a maltratar a nadie y que encuentren un entorno saludable para curar sus heridas.
Estas son las lecciones que aprendo de este viaje contigo, mi chiquita. Y que espero tener la sabiduría necesaria para entregártelas a través del ejemplo. Llevando una vida amorosa, llena de empatía, cordialidad, reflexión y respeto hacia mi misma, hacia tu papá y hacia todo nuestro entorno.
Rezo todos los días para que nunca tengas que pasar por estas vivencias por las que yo pase. Y que si por algún motivo tu camino te lleva a ellas, tengas la valentía de aceptarlas como parte de tu proceso. Perdonar. Bendecir. Y desear lo mejor a aquellos que te hirieron.
Y que ojalá esos momentos te den la fortaleza suficiente para levantarte, sacudirte, reflexionar, entender y actuar a partir de esos aprendizajes que te dejan las heridas. Decidiendo ser feliz con cada paso. En cada momento y con cada una de tus decisiones. Y que con esto en mente guíes tu vida e ilumines la vida de otros. Como hoy en día yo lo hago contigo, tu papá, nuestra familia y todas las personas que me rodean.








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