La noche en que nos visitó la luz
- Andrea Sarmiento

- 20 nov 2021
- 6 Min. de lectura
Nubia se miraba al espejo del baño mientras se lavaba los dientes. Pensaba en la respuesta que le iba a dar a uno de sus tantos pretendientes. Este sí que le gustaba. Dejó el cepillo de dientes en el vasito y comenzó a hacerse la trenza para dormir. Le habían dicho que esto hacía crecer el pelo y no se le alborotaban tanto los crespos al día siguiente. Mientras tanto, Myriam ya estaba en la cama acostada leyendo "... aquel tropel colosal arrasara con el espacio vacío, con la mujer arrodillada, con la luz del alto cielo de sequía, y con el puto mundo...". Se le escurrieron las lágrimas mientras leía. Nubia entró al cuarto y vio a Myriam llorar. Le volteó ojos.
—¿Y ahora por qué está llorando? —preguntó con algo de desespero e incredulidad. No podía creer que su hermana siguiera llorando por el tal Rodolfo que nunca la volteó ni a mirar, un amor platónico de esos en los que le gustaba meterse a su hermana menor para vivir en una novela romántica, como las que leía todas las noches para evadirse de la realidad.
Myriam no respondió, siguió leyendo. Estaba perdida en medio de los coletazos draconianos de Garcia Marquez —¡Myriam, ya le he dicho que Rodolfo es muy grande para usted, no sea pendeja! —le dijo Nubia interrumpiendo su lectura. —Mire que el negro Gómez gusta de usted. El sí es de su edad, vive aquí en "El Libelta" —Nubia insistía en traer la atención de Myriam a sus sabias palabras. Le desesperaba que no estuviera con su atención enfocada en ella, su hermana mayor y el mundo de lecciones que tenía por enseñarle. Hablaba con desdén de las novelas, de la escritura, del arte y en general cualquier cosa que le robara la atención de Myriam. Amaba ese sentimiento aleccionador que, trataba de colonizar constantemente la autonomía de su hermana, eso que había aprendido desde pequeña y que constantemente afirmaba: ...escúcheme que yo sé más que usted... usted debería....¿para qué hace/lee/escribe eso?... más bien enfóquese en esto... Y apagó la luz del cuarto para obligarla a desconectarse de la pendejada esa que la hacía llorar.
En la casa, amplia, reinaba ya el silencio. Incluso en el patio donde Juan, su padre, tenía sembrados dos duraznos y un pero, además de un corralito que alojaba ciento setenta y nueve gallinas. La oscuridad era absoluta. Era noche sin luna y Juan había instalado postigos en todas las ventanas para tapar completamente la luz de las habitaciones y proteger a su familia del frío en las noches heladas que solían hacer en Sogamoso. Con las ventanas cerradas y en medio de la negrura, Nubia le deseó buenas noches a Myriam, que no respondió, pues estaba furiosa por las palabras que le había acabado de decir su hermana.
Pasaron las horas. O los minutos. Myriam no se había podido dormir pensando en Rodolfo y sopesando si Nubia tendría la razón o si eran solo palabras hirientes. Nubia estaba en medio de un duermevela que no le permitía medir el tiempo.
Escucharon unos ruidos y sentían las luces penderse y apagarse.
Por el arco que conectaba al cuarto de sus dos hermanos entró una luz. Myriam sintió como si se le hinchara la lengua, no era capaz de emitir ningún sonido. No sabía si Nubia también estaba presenciando el fenómeno. Por su parte, Nubia sintió un ruido y, al acomodarse en la cama, vio cómo entraba la luz flotante a su cuarto. Se le detuvo el corazón del terror.
La luz se fue acercando a sus camas. Se componía de pequeñas cuentas y flotaba en medio de la espesura de la oscuridad. Las cuentas formaban una figura triangular en el aire. Una cruz se balanceaba hacia adelante y atrás en la punta inferior del triángulo, mientras se acercaba a ellas. El triángulo se movió por el pequeño corredor que se formaba entre las dos camas y se quedó flotando en la mitad de las cabeceras. Se acercó primero a la cara de Myriam, que veía la cruz cada vez más cerca a su cara. Antes de llegar a tocarla, se alejó. Myriam vio con estupor cómo se acercó a la cabecera de su hermana de la misma forma. El triángulo titubeó, acercándose y alejándose de cada cabecera. Después retrocedió flotando a través del pasillo y desapareció por entre el arco.
Las dos quedaron en shock algunos minutos antes de que Nubia lograra gritar con todas las fuerzas de su alma por el terror que estaba sintiendo. Myriam la siguió liberándose de la hinchazón que le había producido el miedo en la lengua y que la había dejado muda. Toda la casa se despertó. Juan entró al cuarto de sus dos hijas, con machete en mano, esperando encontrar un peligro de este mundo acechándolas. Pero solo se encontró con dos adolescentes llorando y temblando del miedo. La madre entró segundos después.
—¿Qué pasó? ¿Qué las asustó así?— Preguntó Ana, su mamá, asustada.
—Eso fue que Myriam se soñó algo feo de andar leyendo y leyendo hasta las mil y despertó a Nubia con sus gritos. —Dijo el padre ya en sus cabales.
—Mamita, una luz que iba y venía. —respondió Nubia en medio de su llanto.
—¡Eso debió ser Vicente! Hoy se cumplen ocho años de su muerte. —Dijo Ana que ya a varios muertos, fantasmas y duendes había visto en su vida y hablaba de ellos como si sus visitas fueses tan comunes como las de los vecinos.
—¿El tío Vicente ya tiene ocho años de muerto? —Intervino Camilo, uno de los tres hermanos menores de la familia, que ahora era parte de toda la escena y se había sentado a los pies de Myriam.
—Mamita, vengase a dormir con nosotros, yo no soy capaz de seguir durmiendo aquí sola con Myriam —dijo Nubia volviendo a la discusión central.
—Voy a traer al niño y me quedo con ustedes, solo por esta noche.
Camilo se fue corriendo a sacar el colchón que tenían debajo de su cama, trajo sábanas, cobijas y tendió una cama extra, sin que nadie se lo pidiera. Solo por esta noche, se convirtió en: solo por estas noventa y ocho noches, en las que Ana se quedó con sus hijas, en compañía de Juanito, el bebe de la casa que no podía dormir sin su mamá.
Camilo les apagó la luz durante las primeras quince porque Miguel no hacía más que quejarse. —¡Camilo Gracias! Siempre tan tierno y atento. No como Miguel que lo único que hace es pelear. —Agradecía Nubia sarcástica a los gritos para que Miguel la escuchara. Miguel volteaba los ojos y la arremedaba en silencio, ya acostado en su cama, mientras Camilo se acostaba en la de él, con una risita culposa que nadie podía ver en medio de la oscuridad. Él era el único que sabía lo que realmente había pasado esa noche del susto.
Esa noche Camilo había llegado muy tarde de jugar fútbol. Toda la casa estaba en silencio. Entró muy callado directo a su habitación a dormir. Prendió la luz del cuarto mientras se lavaba los dientes y se quitaba la ropa para dormir en calzoncillos como hacía todas las noches que llegaba sudado de jugar.
Apago la luz y se dirigió a su cama. Pegó un brinco del susto. Vio algo que brillaba debajo de su cama. Corrió a prender la luz del cuarto para ver qué había ahí. El resplandor desapareció. Nuevamente apago la luz y la fluorescencia lo hizo pegar otro brinco. Ahora dejó la luz apagada y tomando las patas de la base de su cama trato de mover eso, temía que fuera algún reptil brillante de esos que matan a la gente con solo tocarlos. Esa cosa brillante no se movía con autonomía propia. Solo con los empujones que generaba Camilo desde la base de su cama. —¡Huevón, quédese quieto! —dijo Miguel medio dormido medio despierto. No, el brillo no era un ser vivo, pensó. Buscó entonces un gancho de ropa en el closet para agarrar eso que lo estaba asustando. Se acercó despacito sin hacer ruido, le daba miedo que aquello le saltara encima. Cuando logró acercarse lo suficiente, lo levantó, se dio cuenta que era una camándula. —¡Mucha gueva! —se dijo victorioso, en voz baja y aguda.
Se fue con la camándula colgando en el gancho nuevamente a prender la luz del cuarto. Tomó la sábana de su cama. Se la puso encima. Apagó la luz. Acomodó la camándula brillante entre sus dos dedos indice frente a su pecho y busco el arco que conectaba su cuarto con el de sus hermanas mayores.








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