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La pregunta que nunca me hice acerca del amor

Luego de un gran debate mental. Decido: sí, tengo que ir a terapia. Necesito reconciliarme con mi cuerpo y organizar todos estos deseos inverosímiles que tengo.


Primera sesión con la terapeuta:

– Mira, mi problema es simple. Quiero hacer las paces con mi cuerpo y al mismo tiempo quiero estar flaca.


Le doy las razones paso a paso. La razón A. Razón B. Sigo con la C. También le doy mis diferentes hipótesis de posibles soluciones y ya. Un comentario al final que, tiene cero relevancia, según yo.


–Ah... y a veces creo que las cosas en el amor no me funcionan por mi cuerpo.


Llegó a la segunda sesión ¡Por fin! Se me olvidan. No llegó a tiempo. Como tratando de evadirlas. Hasta en eso soy incoherente. El caso es que, gana la Andrea que sabe que necesita terapia.


La psicóloga dice:

– Bueno. Hay dos temas. El cuerpo y el amor. Vamos a iniciar por el segundo.


En mis adentros pienso:

– Dios, por qué, sí fui tan clara en la primera sesión. Mi tema es el cuerpo. Las relaciones me tienen sin cuidado en este momento.


Sin embargo, no soy capaz de refutarlo. Me hace preguntas. Yo las respondo con algo de desdén porque siento que estoy perdiendo la plata y el tiempo. Pasan dos sesiones más así. Yo, siendo supremamente escéptica. Evadiendo consciente e inconscientemente las sesiones.


Llego con mucho esfuerzo a la cuarta sesión. Seguimos hablando de ese tema por el cual "No vine a terapia" y me hace una pregunta que me deja fría.


– ¿Cómo te quieres sentir tú en una relación de pareja?


Al principio me da rabia, ya ni sé por qué. Pero respondo con una piedra en la mano.

– Es que es obvio, quiero sentirme amada, respetada, consentida...


Continúo con un sinfín de lugares comunes y retóricas ya aceptadas de, cómo se quiere sentir cualquier mujer en una relación en pareja. La psicóloga insiste –¿Cómo te quieres sentir tú en una relación en pareja?– Después de la rabia, llega la decepción. No puedo creer que no sepa. Eliminando las respuestas obvias y que a ninguna de las dos nos hacen sentido, llego a un abismo. No hay nada. No puedo creer que nunca me lo haya preguntado. Y no sé cómo responder. Qué decir. Estoy en blanco, o en negro.


Ella comienza a hablar acerca de cómo es importante tener una idea de algo antes de que exista. Y yo voy y vengo, caigo por ese abismo sin respuestas tratando de agarrarme de lo que sea, que por lo menos, sea cierto para mí. No estoy presente en nuestra cita virtual. Estoy tratando de buscar en la sinapsis, una luz, algo que de pronto se ilumine para responder esa pregunta.


Mientras recorro cada rincón de mi cerebro, a una velocidad que sólo me permite ver luces y sombras en una caída libre que parece no tener fondo. Escucho:

– Volvemos a los recuerdos de lo que hemos vivido y repetimos estas vivencias.


Y, de pronto, esos rayos que conectan una a una las neuronas de mi cerebro iluminan algunas ideas de las que puedo sostenerme.


Se presenta una primera imagen: Yo, en mi apartamento colgando una llamada con mi novio que está a kilómetros de distancia. Con la seguridad de que me ama. Tranquila. Confiada. Se me viene a la cabeza la palabra certeza. Sentir su amor en cada suspiro me reafirma, me llena, me aterriza. En ese momento siento que los celos, la desconfianza y las inseguridades en mi pareja, son una historia de espantos inexistentes, como la patasola o la llorona que, sólo viven en las fantasías de un mundo donde no existe eso que estoy sintiendo en ese momento. En esa escena estoy sola.


Se ilumina otro recuerdo, en este precipicio mental, del que me puedo agarrar para escalar hacia las respuestas que enervada estaba buscando hacía unos segundos. Me lleva a otra escena. Estoy con mi novio en una terraza al aire libre, una noche de verano sobre una muralla. Depronto, él comienza a tomar pedacitos de pollo de su plato con la mano derecha, y su brazo se extiende debajo de la mesa y agacha la cabeza un poco a su lado derecho. Lo hace dos o tres veces. Yo intuyo lo que está pasando, pues he visto estos movimientos millones de veces en mi casa. Sin embargo quiero confirmar. Bajo mi mirada y tengo que acomodar mi cabeza debajo de la mesa. Ahí está. Un perrito callejero, mirándolo y con su pata derecha sobre el muslo de mi novio, pidiéndole más comida. Allí entiendo que a pesar de no conocernos bien, a pesar de no poder siquiera comunicarnos, estoy segura. Un gesto de tal misericordia hacia a un ser tan vulnerable me hace sentir que al lado de él, mis vulnerabilidades e inseguridades están a salvo. Es más, sé que serán protegidas y consideradas legítimas.


Así me sentí uno de los momentos en donde me quebré, y lloraba desconsoladamente. Él me sostuvo. En silencio. No trato de arreglar nada. Simplemente se quedó ahí, escuchándome sollozar, escuchando todos mis temores. Porque además él fue tan valiente como para demostrarme los suyos.


Recuerdo aquella vez en la que me dijo que su novia anterior lo había dejado porque según ella "él era aburrido". Él fue vulnerable, realmente le dolieron esas razones y en medio de su vulnerabilidad me permitió ser su sostén, me permitió entregarle esa reafirmación que necesitaba. Me dejó ver su lado débil, que ante mis ojos solo demostraba su gran fortaleza, y ese lado "débil" fue un faro de luz para iluminar nuestra humanidad. Nuestra relación que tomaba un matiz cada vez más crudo, nos veíamos la carne viva, las cicatrices, los morados. Una relación en pareja real.


Otra rama se ilumina y ahora siento que estoy escalando, hacia la respuesta a esa pregunta tan difícil, salto y la tomo. Me lleva a un momento en el que estoy desnuda en una cama, al lado de la persona con la que nos acabamos de regocijar en el erotismo y la sensualidad para darle espacio a una conversación en la que nuestros deseos más remotos y actos más oscuros de van desvelando. Por algún motivo le confieso algo que creo en ese mismo instante nunca debí decir. Y él responde con la tranquilidad de quien reconoce la complejidad de una mujer. Me contesta con otra confesión que nunca creí escuchar por parte de un hombre, tranquilo, sin que esta confesión lo haga menos que ningún hombre en la tierra. Demostrándome que sí existen hombres que están por encima de la rancia moralidad que nos impusieron a las mujeres y es espectro tan limitado que les impusieron a ellos. En ese entendimiento veo sabiduría, y de ahí sales chispas una luz en la intimidad de dos personas que iluminan esos lugares oscuros que me dijeron no debía develar y que alumbran un ser entero. Complejo. Amplio. Inefable.


La psicóloga sigue hablando y yo sigo escalando en lo que ya no es una caída libre sino una montaña de recuerdos de los cuales voy recogiendo palabras, sentimientos y sensaciones de cómo es que yo me quiero sentir en una relación en pareja.


Sigo subiendo y ahora comienzo a ver recopilaciones de instantes. Recuerdo con algo de risa y picardía, de alguno de mis amores que, él particularmente, al verme, se derretía de voluptuosidad y ganas. No terminábamos de cerrar la puerta de su apartamento para que comenzara a desvestirme, tocarme y besarme. Le costaba contenerse teniéndome a su lado. Verlos así me fascina. Verlos con esa falta de control frente a mi presencia me hace sentir poderosa, dueña de mi cuerpo y mi sensualidad.


Y este recuerdo se conecta con otro. Ahora estoy en la cama, desnuda. Estamos escuchado Phyco Killer, y su boca va al ritmo de la percusión sobre cada centímetro de mi cuerpo. Y es aquí donde entiendo que éste es el único momento en el que deseo sentirme dominada. Sumisa, a punta de placer y erotismo. Porque el placer es lo único que me inclina y me entrega al "Haz", "voltéate", "calla", "baja". Y en ese estado de sumisión. Ante tal estado de placer solo puedo darle gracias a Dios por mi cuerpo, por lo que estoy sintiendo. Por amar. Por entregarme. Por disfrutar.


Ahora todos los recuerdos tienen que ver con sensualidad y erotismo. Como siempre ésta área de mi vida tiende a distraerme, desviarme y complacerme. Y es que recuerdo también que es en esos momentos posteriores a hacer el amor en donde se dan las conversaciones más iluminadoras. Y en este momento acabo de entender que a mí no me basta con un buen polvo, no, igual o aún más importante son esas conversaciones después del orgasmo.


Y es que echando para atrás, me doy cuenta que antes en mis años adolescentes me dejaba deslumbrar por una buena espalda, una cara simétrica o una sonrisa linda; en los veintes lo que me iluminaban los ojos eran los títulos, la billetera, el puesto y los carros.

Ahora lo que me hace babear son las sincronicidades, que crean una especie de mística, entre nuestras cabezas. Un ser complejo que ya ha librado las batallas con sus fantasmas. Un hombre que no tiene miedo de llorar, de aceptar sus temores o entregarse al gozo. Y desde sus victorias y derrotas consigo mismo entiende a quienes lo rodean.


Cómo es de sexy un hombre que ama lo que hace y que tiene una convicción absoluta de que eso que esta haciendo es lo que debe hacer. Cómo es de atractivo un hombre que se siente oscuro y brillante a la vez. Cómo es de rico poder echar un ojo entre las esquinas de quién esta al frente. Porque todo esta ahí, no hay vacíos, no hay dudas. No hay misterios o elucubraciones con un hombre que ha aceptado sus matices. Y es que para mí no hay nada más atractivo hoy en día. Y entendiendo eso sé que también quiero ejercitar mi mente con conversaciones brillantes, aprender lenguajes nuevos, entender nuevas perspectivas, escuchar argumentaciones elocuentes, chistes inteligentes, gozo autentico desde la pasión de ese al que estoy escuchando.


Sigo escalando, y la verdad es que creo que nunca acabaré. Pero en esta caída libre por la que me tiraron, entiendo que, he vivido momentos efervescentes, y que sí, claro que ahora sí sé que rescatar de mis experiencias anteriores, y voy armando mi rompecabezas de mis relaciones anteriores para entender esa pregunta que me hicieron.


¿Cómo quiero sentirme en una relación en pareja?

 
 
 

1 comentario


¡Excelente publicación Andre! Nuevamente confirmo que lo que tu expresas me hace sentir identificada 😁

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