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Si pudiera viajar en el tiempo

Si pudiera viajar en el tiempo, escogería regresar a 1994.

Llegaría con una carta en la mano.

Decidida a entregarla a una niña de seis años.


En el colegio donde crecí, me dirigiría primero a la colina de grama desde la cual se puede ver ese gran picadero. Aspiraría con gusto ese olor a sudor equino, a polvo de tierra negra y a boñiga de caballo. Caminaría hacia sus paredes hechas de láminas de madera, pintadas de blanco hasta llegar a la puerta.


Levantaría con fuerza la “tranca de madera” que se pone sobre los dos agarres de hierro, para darme entrada al circuito de equitación. Luego, estando ya frente al establo, donde los caballos esperan a sus alumnos para su clase magistral, los contemplaría uno a uno. Dulcinea, la yegua dorada de crines color ceniza. Pascal, el potro negro y rebelde que hasta ahora estan amaestrando. El siempre dócil y “perfecto para los niños chiquitos”, Juan, un viejo pero seguro caballo blanco que podría ser el jefe de la manada.


Por último, me acercaría a Hugo. Un caballo joven pero bien amaestrado. Pelo color caramelo, ojos negros, y crin un poco más oscura que el color de su cuerpo. Le pondría el lomo de mi mano derecha debajo de sus ollares, pues no sabría, si reconocería en mí, esa niña que lo monta cada semana. Una vez me reconociese le pondría la palma de mi mano sobre la mancha blanca que tiene en su frente para conectarme con él y con ese sentimiento que tenía sobre su lomo.


Una vez entrase esa niña de seis años, corriendo desde la puerta, con un par de zanahorias en la mano hacia su caballo, al que no le tenía miedo. A pesar de que los adultos no veían con buenos ojos esa actitud audaz frente a semejantes percherones entre los que se camuflaba. Desde mi escondite la seguiría con la mirada mientras se cambia sus tenis por las botas de equitación y se sube hábilmente en la silla.


Ella arrancaría su clase y mirándola hacer el circuito de equitación leería nuevamente la carta:


Preciosa:


En la medida que crezcas te vas a enfrentar a muchas situaciones y comentarios que te van a generar diferentes conclusiones y pensamientos acerca de ti y de este mundo. Van a tener que ver con tu cuerpo y vida. Tendrás que aprender a recibirlos, entender su origen y manejarlos. Recibirás opiniones acerca de cómo te ves o deberías verte. Esos comentarios hablan de la persona que los hace, de su estado emocional y mental, mas que de tí. Por esto es importante que aprendas a analizar quién te hace el comentario y cuál es su intensión. Si te conviene escucharlo hazlo, si no, deséchalo y no permitas que genere algún impacto con respecto a lo que piensas y sientes acerca de tu cuerpo, vida y emociones.


También vas a recibir mucha información acerca de cómo debe ser la mujer perfecta.

Roles, cuerpos y estilos que te van a hacer sentir acorde a ellos o no. No estás obligada a cumplir con ninguno de ellos. Solo debes asumir lo que es coherente con lo que eres y sientes.


Acepta, ama, cuida y protege tu cuerpo, tus emociones y tu mente. No les exijas que cumplan con algo que no te haga sentir bien y cómoda. Tratar de cumplir con lo que no sientes natural, orgánico y coherente contigo va a generar muchas incomodidades y tristezas en tu vida.


Y al hacerlo, vas a creer que no eres suficiente. Sentirás que cumplir con esos estándares es necesario para ser amada. Creerás que todos tus logros personales están opacados por no cumplir. Sufriras momentos de angustia y desesperación pensando en maneras irreales y peligrosas para alcanzar eso que te impusieron. Desgastarás energía, tiempo, dinero y estabilidad emocional buscando formas de cumplir esas “reglas". Ese proceso, además, te generará inseguridades y temores.


NO TIENES QUE SER PERFECTA NI CUMPLIR NINGÚN ESTÁNDAR, SEA EL QUE SEA.


Solo tienes que ser coherente contigo. Con lo que piensas y sientes.

Solo tienes que buscar tu felicidad y propósito cuidando de tí, de quienes te rodean y de este planeta.


Adios,

Te amo


Terminaría de leer la carta y levantaría nuevamente la mirada.


Buscaría a esa niña de pelo necio, ojos azules y sonrisa amplia que no hace más que disfrutar el galope de Hugo, y el viento que roza su cara.


Añoraría volver a sentirme como esa niña libre y sin miedos, disfrutando de cada levitación que genera el movimiento de las patas del caballo. Volver a tener la libertad que genera el no haber conocido el rechazo, el miedo, la vergüenza y la angustia. Y en ese instante me daría cuenta que esa carta no le corresponde a ella. Le correspondería a la mujer de 32 años que está sentada contemplándola.


 
 
 

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