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Trilogía a los hombres de mi vida: Parte 1

A los de siempre.


Nací en un mundo lleno de hombres rebeldes.

Hombres que no seguian las actitudes y comportamientos del "deber ser" de un hombre.

Mi papá. Siempre fue una persona supremamente tierna. Muy expresivo con el amor que sentía hacia nosotros, sus hijos, a través de los besos, los abrazos, los desayunos, los "te amo" constantes.

Nos ponía nuestra emisora favorita: Colorín Coloradio, mientras nos llevaba al colegio. Y nos levantaba todas las mañanas haciendonos reir con alguna canción nueva, la que más recuerdo es la de banda de guerra, en donde comenzaba a hacernos cosquillas mientras cantaba "turrn turrnn turrrrrrn tun tun tururun tun turu turu turu turu tun". En mi casa los roles no existian. Mi papá y mi mamá hacian lo que cada uno creía que debia hacer. Y por personalidad y dinámica de pareja mi papá tomó el rol de "cuidador". Rol que asumio con gallardia. Feliz de disfrutarnos, como dice él. Y de nosotros difrutarlo a él.

Tambien nos enseño un completo y absoluto amor por la naturaleza y los animales. Heredado de nuestro abuelo. En donde cada vez que veía un animal en problemas, desde una arañita hasta un caballo, no dudaba en detenerse y ayudarlo.

Mi hermano. Sin miedo a expresar sus sentimientos. A llorar cuando lo siente. Dispuesto a aprenderse todas las canciones de Britney Spears y de los Back Street Boys con sus hermanas para poder cantar a grito herido en nuestras reuniones familiares. Un Bam-Bam de carne y hueso. Un Bam-Bam de la vida real. Que nos hacia sentir protegidas y seguras. Y que al mismo nos servia como el tercer integrante del grupo de baile para completar nuestras coreografías de niñas y de adolecentes. Y que gracias a esto hoy en día canta y baila con sus hijos sin pena, sea la canción que sea.

Mis amigos. Los de toda la vida. Los que realmente me conocen. Todos ahí. Firmes. Gracias a ellos aprendí a divertirme. A no necesitar máscaras. A que reírse de uno mismo es un parchesote. Quienes a punta de verdades dichas en la cara en tono de chiste me fueron revelando, una a una, cada una de mis verdades. Las cuales me costaba mucho ver. Pero que a punta de risas y una que otra rabieta me fueron mostrando quién era yo realmente. Sin palabras bonitas ni rodeos. Porque eso sí, cuando a una la tratan como un man más del parche, las cosas feas se dicen directo y a la cara, suavizándolo entre chiste y chanza. Sin escuchar nunca una palabra bonita hacia tí de su parte. A menos que estén borrachos o sentimentales. Pero te llenan de flores cuando tú no estas ahí.

Crecí y maduré rodeada de hombres. Hombres valientes. Hombres valiosos. Hombres que vale la pena conservar en la vida. Que seguían sus instintos, sentimientos y valores sin que esto los hiciera más o menos hombres. Pues están lo suficientemente seguros de lo que son y de lo que tienen. Y así, ningun gesto de vulnerabilidad o emocionalidad pone a tambalear su seguridad y confianza. Y gracias a esto tienen la libertad de actuar según lo que ellos quieren. Y no, según lo que la sociedad dice que deben o no deben hacer; sentir o no sentir; pensar o no pensar.

A ellos. A los de siempre. A los de toda la vida. Debo agradecerles por estar presentes. Por mostrarme a través de sus acciones lo que es "ser un hombre de verdad". Hombres que me enseñaron: Empatía. Amor. Apoyo. Recursividad. Servicio. Ligereza. Confianza. Entendimiento. Escucha. Y humildad. Entre muchas otras lecciones que me dieron y me siguen dando. Sobre todo esta última, que es de las que más me cuesta entender e incorporar en mis comportamientos.


Gracias a ellos amo a los hombres.

Amo su energía.

Lo que le aportan a mi vida y a este mundo .

 
 
 

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