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Prólogo Cartas Sin Remitente, temporada Dos.

 Vuelva y escriba el prólogo. 

Igual que para el primer libro, esto me cae por sorpresa, nuevamente prefiero escribirlo yo, que pedirle a un escritor serio que opine acerca de este artefacto, cosa, experimento, casi algo que no termino de llamar libro. Y es que no sé si caigo en el famoso síndrome de impostor que está tan de moda pero tengo que confesar que sigo sin creerme este cuento de “ser autora”. 


Los que leyeron el prólogo de Cartas sin Remitente temporada uno, se quedaron con las ideas que yo tenía antes de la publicación del libro. Aquí les echo el cuento de qué pasó después. 


Como he dicho varias veces, cartas sin remitente, comenzó siendo un ejercicio terapéutico en el que encontré, no solo en la escritura sino en la publicación de estas cartas. Un proceso de liberación emocional inigualable, porque una cosa es escribir lo que uno siente en un diario, y otra muy distinta, es pasar a limpio y después publicarlo en un blog, para luego compartirlo con familiares y amigos. Eso se siente como un acto suicida, sobre todo cuando estoy hablando de mis mayores vulnerabilidades, conflictos y dolores que me han atravesado en la vida. Y sí, da un miedo el hijueputa. Y, también libera. Tranquiliza. Sana. Y sobre todo conecta. 


Con cada carta que publicaba, sentía cómo me quitaba kilos y kilos de peso que, ni siquiera, me había dado cuenta de que estaba cargando. El bulto de tener que ser coherente 24/7 quedo atrás. Ese de ocultar el dolor y daño que me producía, creer que la soltería me daba una reputación de mujer inadecuada. Y ese, que no acabo de soltar, en el que la forma de mi cuerpo y su tamaño dictan mi valor como persona, lo que merezco y cómo me percibo a mí misma, a ese, seguiré escribiéndole hasta que me lo pueda quitar de encima. Y es que, he experimentado en primera persona esto que afirman de que el miedo se vence verbalizándolo, y yo le agregaría publicándolo y compartiéndolo, porque al hacerlo, todos estos miedos, frustraciones y angustias, se liberaron, también me di cuenta de que yo no era la única que me sentía así, muchas personas a mi alrededor también tenían conflictos con estas situaciones y sentimientos.


También me di cuenta de algo que puede parecer obvio, pero no lo es, y es que sentir confusión, rabia, angustia, miedo, ser incoherente, tonto, autocrítico e irracional también significa ser humano. Es que estamos tan acostumbrados a antagonizar estos sentimientos y actitudes que las negamos, ignoramos y creemos que al hacerlo no  existen o les quitamos fuerza, cuando en realidad, si me preguntan, hacemos completamente lo opuesto, terminan teniendo tanto poder sobre nosotros que nos controlan. Entonces, al publicar todas estas cartas en un blog y compartirlas con mis personas más cercanas, lo primero que hizo fue liberarme, pude hacer las paces conmigo misma y sanarme de esos dolores que había expuesto. 


Pero bueno, esta no es una carta, sino un prólogo, para contarles lo que pasó después de publicar el libro. Entonces, si bien ya tenía el blog, ¿Por qué publicar un libro? ¿Qué necesidad había de darle más visibilidad a un acto de absoluta vulnerabilidad que, me expuso ante todos mis amigos y conocidos? No vaya a creer querido lector que es porque yo soy muy valiente, ehmmmm no. Fue más bien un acto de vanidad y experimentación. Publicándolo le podía hacer check a una de esas 3 cosas qué dicen se deben hacer en la vida. Ya me había expuesto en el blog. La opinión de las personas que más me importaban, la conocía. Y qué rico que se iba a sentir que dijeran “Uf Andrea publicó un libro”. Quería que me admiraran. Que hablaran de mí. Que fantasearemos en colectivo con la idea de ser la siguiente García Márquez. Ah, que rico que es cuando la vanidad y el ego reciben admiración y cumplidos. La vanidad, la vulnerabilidad, el arte, y la mezcla de deseos de lograr sentir todo eso que me estaba soñando, me hizo contactar a los editores y a Yu para que nos montáramos en el proyecto de publicar Cartas sin remitente, temporada uno. 


El libro se publicó en diciembre del 2020.

Mande a hacer 100 copias, era el número mínimo que podía imprimir.

— Si no vendo nada, todos mis amigos y conocidos recibirán este libro de regalo de cumpleaños y Navidad hasta que se me acaben — pensaba. Hicimos una preventa, gracias a la idea de Yu, y resulto ser una gran estrategia comercial. No habíamos lanzado el libro aún, y ya habíamos logrado vender 50 copias. Claramente, a este punto yo ya estaba en las nubes de contenta. ¡Ya el libro se había pagado solito! Como ya se había pagado, y a mí lo que me gusta es gastar plata, organicé un lanzamiento físico en plena pandemia. 


El lanzamiento fue en un bar cerca a mi oficina en el que Yu, la flaca y Ru me ayudaron a montar todo. La flaca fue la anfitriona del evento. Yu imprimió algunas ilustraciones. Y llevamos los otros 50 libros que nos quedaban. Fueron muchos de mis amigos y familiares. Logramos llenar el bar a pesar de que aún estábamos en medio de la pandemia y el riesgo de contagio estaba latente. Sin embargo, ahí estaba todo mi círculo de apoyo. Fue un momento divino, en donde mi vanidad y mi ego, le dieron paso a la felicidad, sostén, corazón lleno y absoluta gratitud que me confirmó este momento. Viendo a todos los que quiero, alrededor mío, en el lanzamiento de mi primer libro, volvió tangible eso que yo sabía, pero que no había logrado aterrizar: tengo un círculo de apoyo precioso y fuerte, que me apoya, sostiene, acolita y se divierte conmigo. Personas que están felices y me acompañan en mis éxitos y logros.


Sentir que uno va a estallar de gratitud es un sentimiento elevado. Con una intensidad tan alta que siento que mi cuerpo no la va a poder soportar, dándome cuenta de que este nivel de agradecimiento le da sopa y seco a cualquier deseo de admiración banal o egoísta. Sentirse agradecido es mucho más rico que sentirse admirado. 


Ya después de este lanzamiento, todo era ganancia. Ya había logrado publicar el libro, después del lanzamiento presencial y uno virtual que hicimos, lo que yo había querido lograr y recibir se había cumplido con utilidades emocionales y económicas por encima de las que había soñado. Estábamos en enero y ya había vendido 80 de 100 libros. Había recibido muchos comentarios de lectores espectaculares. Los dos meses que habían pasado entre la recepción de los 100 libros en cajas y los 20 que me quedaban en el apartamento habían sido un banquete que, no solo había alimentado esa necesidad superficial de mi vanidad y mi ego, también había sido un proceso de agradecimiento, reconocimiento y amor propio increíblemente revelador. Y entonces recibí una llamada, en la que pasé de la vanidad a la incredulidad. 

—Andrea, te tengo una buena, y creo que, una mala noticia —me dice la vos al otro lado del teléfono. 

—¿Cómo así? — pregunto. Pues resulta que en el proceso de autopublicación, yo había hecho una llamada a la que no le había dado mucha importancia, y de la que no me acordaba hasta ese momento. La de distribución. Para este punto, después de estos dos meses, cartas sin remitente, como proyecto comercial, ya había terminado en mi cabeza, y vine a darme cuenta en esa llamada de que no era así.  

—Bueno, pues comienzo por la buena. —dijo la voz — La buena noticia es que tu libro pasó la curaduría de La Librería Nacional y, me hicieron un pedido de tu libro para ponerlos en todas sus sedes — aquí es cuando entra la incredulidad, ¿qué?, ¡¿QUÉ?!, para los que no saben qué es La Librería Nacional, es una de las principales librerías en Colombia, ¿Cómo así que habían aceptado mi libro ahí? No me cabía en la cabeza. Es de esos momentos en los que toca sentarse, y respirar, ahora, mis dotes actorales me permitieron fingir que esto era para mí lo más normal del mundo. 

—Ay lo máximo, qué buena noticia — respondí. Así como si no estuviera en medio de un cortocircuito de incredulidad. — ¿Y la mala noticia? — continué, en mi papel de persona cool y convencida.

— Que me pidieron 175 libros — hubo una pausa. —Eche, a mí nunca me habían pedido tantas copias — Garci, el director de la distribuidora, no es tan buen actor como yo, y en ese momento se le sale la incredulidad, en costeñol— ¿Si las tienes?

—No, pero tranqui, las mandamos a hacer, no pasa nada — jueputa, me merecía el premio a la academia, para este momento. ¡175 putos libros! —¿Para cuándo los necesitas? — continué, como si nada. 

—No, Andre, tú me dirás. Habla con la editorial y me confirmas para cuando los pueden tener. Ya con ese dato, yo hablo con La Librería Nacional, y ellos me dicen cuando deben llegar las copias a cada ciudad. 

— Vale perfecto —hablo con la editorial y te confirmo. 


Qué editorial, ni qué nada, necesitaba compartir esta incredulidad con alguien. Lo primero que hice fue llamar a Yu. Me sentía como cuando era una niña chiquita y había hecho alguna maldad, y necesitaba sopesar con mi cómplice los resultados de nuestra travesura. 

— Marica Yu, aceptaron el libro en La Librería Nacional. 

— ¡No joda! La verga Andre. Felicitaciones. 

— No, Yu, qué irresponsabilidad — respondí.


Fue aquí, en donde caí en cuenta de que, las acciones que vienen desde la vanidad y desde el ego tienen resultados y, que las posibilidades de que esos resultados se escalen es alta. A veces lo peor que puede pasar es que esa acción que tomaste desde la vanidad, tenga éxito. Porque una vez se escala, la vanidad y el ego, no la van a poder sostener, o por lo menos no en mi caso. No, en este caso. Y así, de la vanidad pasé al miedo. Una mezcla de incredulidad, miedo, felicidad y adrenalina me hizo llamar al editor. Le conté. Me felicitó, y me confirmo cuando podía tener las copias listas. Hablé con mi papá y mi mamá, también me felicitaron. Todo el mundo estaba feliz. Entonces yo también debería estar feliz ¿No? Y sí lo estaba. Pero se sobreponía el sentimiento y la conversación interna que decía —¿Qué putas está pasando? Esto es una irresponsabilidad, mi libro no debería ser aceptado en La Librería Nacional —. Sin embargo, yo seguí, así como decimos en Colombia, bruta pero decidida. Pedí las 200 copias, le confirmé a Garci las fechas y él me regresó una lista con el número de copias que debían llegar a cada ciudad. Una vez recibí las copias en mi apto, mi papá me acompaño a organizar en número de copias solicitadas para cada ciudad en cajas, embalar los pedidos y enviar a los centros de distribución que me habían confirmado. Ese momento fue una chimba. Mi papá y yo sentados en el piso con un montón de cajas y copias de mi libro. Contando. Organizando. Embalando. Lindo. Muy lindo. Aquí no hubo temor, solo sostén y mucha emoción de “estar viviendo un sueño” al lado de uno de mis grandes compañeros de aventura.


Pasaron un par de semanas, y cada vez que iba a algún lugar en el que sabía que había una sede de La Librería Nacional, entraba a preguntar por mi libro. Todavía no estaba. Pero lo estaban codificando, me dijeron alguna vez. Recuerdo el primer día que ya por fin lo vi exhibido. Fue en la sede de Unicentro, había unas copias en la sección de novedades y otras tantas en la sección de autores colombianos. Le tomé fotos. Me hice amiga de los vendedores que, lo pusieron durante todo el día en la exhibición detrás de las cajas, al lado del libro de Obama y de Daniel Samper, que también habían acabado de llegar. Filmé un video entrando, encontrándolo en las dos secciones y detrás de las cajas. —Para publicar en redes —le explicaba a mi hermano, que no me había preguntado. Era más bien explicándome a mí. Verbalizando. Diciéndome en voz alta la racionalización de mi forma compulsiva, de dejar evidencia, en video y foto, de esto que estaban viendo mis ojos. Ese era el nivel de incredulidad que tenía hasta el momento. Ese día, también, me llevé un platal en libros. Tanto que mi hermano me obligó a descargar Goodreads y que, en vez de comprar compulsivamente libros, que sabía no iba a poder leer en años, los anotara en la aplicación para que no se me olvidara. Lo que él no entendía, y yo tampoco, hasta ahora, es que la obsesión de comprar libros esa vez, esa única vez, no fue para guardarlos, olerlos y apreciarlos en mi biblioteca. No. Esta vez fue un acto de agradecimiento, secreto, por tener exhibido un libro que, a mi parecer, no merecía estar ahí, y que resultaba ser, precisamente, ese que yo había escrito. 


Ya vamos como por febrero del 2021, y yo estaba en un marasmo emocional entre la incredulidad, exaltación y miedo. A la pregunta:

—¿En dónde puedo encontrar tu libro?

—En La Librería Nacional— yo respondía. Y mentalmente añadía: ¿Puedes creer esa mierda?, a lo que la respuesta para mí misma era, no. 


Por esa época, entró una segunda llamada, a la que nuevamente no le pare muchas bolas, era de la oficina de Garci para contarme de la gestión que iban a hacer para presentar los libros de su portafolio a las diferentes ferias del libro que, comenzaban a abrir convocatorias.

—Sí, postulemos el libro a todas — actuando nuevamente como si fuese poca cosa.


La frescura venía desde el convencimiento de que el libro, evidentemente, no iba a ser seleccionado para aparecer en ninguna feria. Ósea, no había razones. Una “escritora” que nadie conoce, que, además, necesita MUCHA ayuda con la corrección de estilo y ortográfica, y que por ende, escribió un libro en el que la calidad literaria era bien bajita, no merecía de un espacio en estas ferias. Ferias que, estaban hechas para autores de renombre, con una carrera y trayectoria, que sabían y conocían su oficio. Que llevaban años preparándose para poder hacer un buen uso de estos espacios y que entregaban un producto con la calidad literaria que los merecía. Mi libro competía, no solo con reales obras de arte literarias, sino también con obras comerciales perfectas, que usaban la historia y cara de cerebritis e influencers que, ya para este momento, era bien sabido, escritores fantasma creaban, y eran comercializados por una maquinaria editorial global. Obviamente, mi libro no iba a pasar el filtro compitiendo con los lanzamientos que había en esa temporada. A pesar de todas mis razones ya tenía algo de miedo. Sabía que por más imposible que me pareciera, dentro de las posibilidades estaba que mi libro fuese aceptado para hacer parte de la agenda de las ferias. Aquí nuevamente mi mantra era, bruta, pero decidida, vamos que vamos, y después miro a ver cómo resuelvo, si es que esa remota posibilidad de hacer parte de las agendas, se hacía realidad. Y como era de esperarse, en este mundo de realidades imposibles en el que había aterrizado mi libro, pues ajá, comencé a recibir confirmaciones de fechas. 


Primero, la Feria del Libro de Santa Marta. Todas serían virtuales porque seguíamos en medio de la pandemia. ¿Qué hacer? ¿Qué decir? Dios, que angustia. No, pues será presentar el numerito que me monté para el lanzamiento. Que ni tan numerito era, porque gracias al cielo me dió por ser honesta y desde el prólogo del libro, como lo hago en este, confieso y pido disculpas de una vez por la baja calidad que según mi concepto se encontrarán a continuación. Y ese fue el discurso que monté, desde una perspectiva de autoconocimiento a través del arte, de la literatura como una de las herramientas más poderosas para tramitar mis emociones, y el libro como resultado de esta tramitación. En términos de lo que yo llamo calidad literaria, tampoco sentí la necesidad de fingir o pretender ser algo que no soy. Sé que soy una autora en formación. No me da miedo admitir que tengo una ortografía espantosa, que esta no es mi carrera y que por ende reconozco que tengo mucho por aprender y crecer, en este arte en el que decidí embarcarme. Sabía que ser honesta y vulnerable era lo único que me iba a rescatar. Utilizar la vanidad y ego en estos espacios únicamente me iba a traer incomodidad y una exposición que no iba a ser capaz de sostener. Soy malísima actuando, durante un tiempo extenso, porque se me olvidan las mentiras que digo, entonces, para este punto, sostener esta realidad paralela en la que estaba, solo iba a ser posible si era lo suficientemente honesta para lograr ser consistente. 


Y así fue. Presenté mi libro en la Feria del libro de Santa Marta, que fue muy angustiante porque antes de mi presentación, estaba la presentación del libro de Humberto de la Calle, un estadista famosísimo en Colombia, gestor de los procesos políticos más importantes del país. Estaba viéndolo para ponerme en modo charla literaria y porque me interesaba mucho escucharlo, es una persona que admiro mucho, y cuando revisé, estaban conectadas 30 personas. Me relajé. Pensé:

—Ah bueno, si a este man se le conectan 30 personas a la mía se conectarán 10 máximo.

Y pues no.

Cuando comenzó mi charla, las 30 personas que estaban en la sala virtual, se quedaron, y comenzaron a conectarse más. Llegamos a más de 100 personas conectadas. En vez de estar feliz, estaba angustiada.

—¡No! Por Dios, a la presentación que tenían que conectarse era a la anterior. 

Todo esto en pensamiento paralelo mientras hablaba con toda tranquilidad de mi libro con Garci, que con su gestión, entré en el mundo de los imposibles. Y yo, presentando un acto de marketing, muy bravo, porque internamente estaba estupefacta.


Luego vino una tertulia literaria en la Alianza Francesa. Hablamos de libros. De quién nos inspira. De nuestros autores favoritos. ¡Una charla divina! Hubo también una entrevista para la revista Tomilli acerca de cómo una publicista puede incursionar en el mundo de la literatura. 


Para la Fiesta del libro de Cúcuta me encontré con una cara conocida.

Johnsito, el productor logístico de todo este montaje virtual, había trabajado conmigo en uno de los tantos proyectos de contenido que había ejecutado hacía años. Un teso. Me daba señales de cuando hablar, de qué hacer si se caía el internet, cuadraba los volúmenes y las cámaras que iban a estar viendo los espectadores, esto de entender el detrás de cámaras de una conferencia virtual fue demasiado interesante y, como nos conocíamos desde antes me explico todo, adelantamos cuaderno y bueno, arrancamos la presentación del libro. Cuando terminamos y volvimos al modo detrás de cámaras me dijo: 

—Ya entiendo todo, es que tienes un mucho ángel — y si él estuviera hablando de un ser celestial, o un equipo de seres celestiales, coincido, y miro a mi alrededor para chocarlas con ellos por traerme a este mundo de posibilidades infinitas, pero no, él no estaba hablando de algo externo a mí, estaba hablando de ángel como si fuese una característica de mi personalidad.

— ¿A qué te refieres? — le pregunto. Ya no simplemente como un acto de falsa modestia, en donde quiero que me digan lo especial que soy, sino también, con curiosidad genuina. 

Debo recordarle querido lector, que a pesar de ser capaz de sostener estas entrevistas y charlas. Yo estaba asustada. Me encontraba en una búsqueda desesperada de entender qué putas estaba pasando, en que momento iba a estallar esta fantasía. Esta mentira. Y cuáles iban a ser las consecuencias de sostenerla. Porque este libro, bajo mi concepto, no debería ser objeto de la atención que estaba recibiendo, en proporciones y foros que yo creía, lejos, muy lejos, de mi liga. Esta situación, sí o sí, tenía que tener una tragedia como desenlace. Y estaba esperando el golpe. El ridículo. La exposición pública de la irrealidad y mentira que estaba sosteniendo. Los videos en TikTok de todos los influencers que harían contenido ridiculizando mis palabras y lo que decía. Honestamente, estaba esperando terribles resultados de todo esto que estaba pasando, porque no podía ser posible que esto pasara así de la nada, sin ningún tipo de consecuencia a lo que yo consideraba un acto sostenido de irresponsabilidad e irrespeto infinito al mundo de la literatura Colombiana.


Ahora volviendo a la pregunta de —¿A qué te refieres con la frase "Tienes mucho ángel"?—. Johnsito me explicó. Yo no entendí. Solo me quedo grabado el “tienes mucho ángel”, y la guardé como una pista para saber. Para entender. Me entró la duda que tal vez esto no era un acto de marketing. Que tal vez no era una mentira. Y que depronto no iba a tener ningún tipo de tragedia como desenlace. Al fin y al cabo estaba siendo honesta, no por valiente, sino por falta de capacidad mental de sostener mentiras prolongadamente, pero honesta a fin de cuentas. Encontré un alivio en esta frase y, en su explicación, entendiendo que también existía una posibilidad de que todo lo que estaba sosteniendo esto, era simplemente un acto de realidad que estaba recibiendo exagerada atención, no entendía muy bien por qué, pero ahora la posibilidad de un resultado exitoso de todo esto que estaba pasando me daba tranquilidad y algo de paz.


Me entrevistaron en BLU Radio, una de las emisoras más importantes de Colombia, un lunes festivo a las 8 am, entonces, gracias al cielo, mucha gente estaba en modo descanso con los radios apagados. Salió bien. Me escucharon personas que nunca pensé siquiera enteradas de la publicación de mi libro. Y la entrevista estuvo muy agradable, me di el champú de decir “Muchas gracias por invitarme, y a la mesa de trabajo por su tiempo. Un saludo a toda la audiencia”. Ay tan famosita pues. Y si, y por esos nimios atisbos de fama, les confirmo, asusta, asusta mucho, especialmente cuando uno cree que no debería estar ahí. 


Por último, y ya la gota que rebasó la copa fue, Chan... Chan... Chan... me aceptaron en la FILBO. ¿What? ¡Qué irresponsabilidad, que irresponsabilidad, qué irresponsabilidad, Dios mío santo! Vi mi libro y mi nombre en la agenda. Uf qué voltaje. Organicé toda la logística con Johnsito y Garci. Siempre acompañada de las personas que me quieren y apoyan, Yu, La flaca, Caro y mis papás. Hicimos la charla en el marco de la FILBO, la única forma que las personas tenían para enterarse de que mi presentación estaba pasando era en los flyers que la FILBO publicaba en su página web y, redes sociales. Creo que envié el link mal. Y si se conectaron más de 10 personas, fuera de mis amigos y familiares, fue mucho. Pero ahí estaba con una logística espectacular, Caro, Yu y mis seres queridos escuchando por quinta o sexta vez la misma carreta. Ahí apoyándome, sosteniéndome y acompañándome en la presentación de mi libro en el marco de la FILBO. Es que lo escribo y todavía me parece irreal. 


Y creo que ahí fue que comencé a hacer clic, comencé a entender que la real ganancia de todo este proceso de publicar un libro, y hablar de él en estos foros, es conectar. Conectar con el sostén de quienes te quieren. Ver materializadas en sus acciones, palabras de apoyo y acompañamiento, lo que realmente me hace sentir contenta y contenida. Eso que he logrado construir: un círculo de amigos y familiares que realmente están ahí para mí.


También, fui descubriendo, a través de las charlas con Garci, Caro y La Flaca, los diferentes anfitriones que me tocaron en las ferias, los comentarios de las personas que se conectaban, los mensajes y llamadas que recibía, durante y después de cada una de estas charlas que, ese famoso ángel al cual se refería Johnsito, no era nada iluminado, etéreo, celestial. No. Era más bien oscuro, tangible y terrenal. Era la capacidad que había logrado de escribir, publicar y compartir eso que me hacía sentir vergüenza y culpa. Eso que constantemente me hacía sentir inadecuada y que me había guardado sintiendo que solo oculto y en la oscuridad era a donde pertenecían esos sentimientos. Y no solo sentimientos, también, pensamientos y conflictos que son tan difíciles de verbalizar. Y en la medida que los exponía, resulté entendiendo, que no, que no había que ocultarlos. Me di cuenta de que al iluminarlos, al ponerlos en papel y después compartirlos se entendían y se sanaban. Y así, hablando de ellos, una y mil veces, en cada presentación del libro, liberaban un poco más las constipaciones emocionales que tenía. Y al parecer quienes me leían y escuchaban reconocían en ellos también sus conflictos y constipaciones emocionales.

—Me quedó sonando eso de las cárceles autoimpuestas— me escribió un colega que escuchó la entrevista de La W.


Entonces, mi entendimiento del supuesto “ángel” y de ese “por qué” que con tanta angustia estaba buscando, fue tomando forma. Y creo que es simplemente entender nuestra humanidad compleja, exponerla, entender que todos nos hemos sentido inadecuados. Que la vergüenza, la culpa, la repulsión por nosotros mismos son experiencias que nos atraviesan a todos, y que leer y escuchar esto, nos conecta desde nuestra humanidad y complejidad.  Así, quienes leían y escuchaban mis palabras se daban cuenta de que esos sentimientos que ellos también venían ocultando, los sentía alguien más, y como dice uno de los reviews en GoodReads:

 —A veces sentí que párrafos enteros, o simplemente frases, eran justo lo que necesitaba escuchar.


Escribiendo este prólogo, como cosa rara, es que entiendo por qué, tal vez, el libro fue aprobado en la Librería Nacional, y porque le abrieron el espacio a mi libro en los foros literarios más importantes de Colombia.


Ahora, 4 años después lo entiendo.

Esta inagotable necesidad de conectar, de compartir y sentirme contenida la que me lleva a publicar este segundo libro. Ya no con la necesidad de alimentar mi ego y vanidad, pues más bien la vulnerabilidad que hay en este ejercicio lo que hace es exponerlos y debilitarlos. Tampoco con la ilusión de fantasear en colectivo acerca de mi carrera como autora y, cuantos premios, me voy a ganar. No. Esta publicación nace de esas ganas infinitas de seguir hablando, de leer, de escribir, y cómo estas dos son herramientas valiosísimas para conocernos y conocer a quienes nos rodean. También nace de esa constante necesidad de seguir liberándome de creencias y pendejadas que no me permiten ser y existir, y que encontré en la publicación y constante exposición la forma más adecuada y eficiente de lograrlo. Finalmente, encontrar en este proceso de publicación de un libro y lo que viene con él, el honor de escuchar las perspectivas de otras personas. Entender lo que pasa por su cabeza acerca de ese concepto, sentimiento, ciudad y situación que expongo y con la que yo personalmente tenía sentimientos atravesados, buenos o malos, pero tan fuertes que necesitaban ser escritos, expuestos, publicados y charlados para sanar. Pues desde el primer club de lectura que hicimos de mi libro, hasta los que sigo haciendo aquí en Londres, sigo fascinada de escuchar las interpretaciones, las exploraciones internas que la lectura de estas cartas activa, las comunidades tan lindas que se generan alrededor de la lectura. Sobre todo ahora que la vida me entrego la oportunidad, dicha y desgracia del desarraigo total y absoluto, de dejar atrás mi familia, mis amigos, mi territorio, mi trabajo, mi casa, mis gatos y mi idioma. Y es aquí echando nuevas raíces que entiendo lo que dejé atrás, y cómo escribir este proceso me sana, y compartirlo con otros me conecta y me soporta.


Ahora, cada vez que alguien me comparte alguna situación frustrante o difícil, siempre les pregunto.

—¿Ya lo escribiste? Escríbelo. Sácalo de ti. — digo. Como si fuera la única forma de tramitar emociones en el mundo. Y pues en cierto modo es la única que existe para mí, y entonces con la intensidad de quien acaba de encontrar la tierra prometida, la fuente de la juventud, o la última compañía multinivel que te va a hacer rico, insisto en que leer y escribir son la solución para todo. Por el lado de las entrevistas, charlas y todo lo que pasó con el libro, sería estúpido decir que experimenté la fama en el mundo literario, no habría mayor delirio que ese; sin embargo, definitivamente experimente un “éxito” y atención que definitivamente no esperaba, y que, a diferencia de lo que mi vanidad y mi ego pudiesen creer las ganancias de esta mini-fama, fueron la conexión desde mi humanidad con otros seres humanos. Entender profundamente que el arte es una de las formas más poderosas de tramitar las emociones y situaciones difíciles, y que, lo que más nos nutre en la vida es compartir nuestra vida, y, escuchar la vida de otros seres humanos. Y esto no lo digo en modo redes sociales, en donde compartimos fantasías e ilusiones gráficas, no, lo digo de la forma más terrenal y abyecta posible. Compartir los errores, las dualidades, las complejidades, los sentimientos y pensamientos oscuros, que no sabemos describir, especialmente esos que nos generan vergüenza, culpa y desasosiego, esos que nos hacen sentir inadecuados, porque en el compartir nos damos cuenta de que no somos los únicos que nos sentimos así, y eso nos sostiene, nos enraíza, nos contiene. Nos conectamos compartiendo nuestra humanidad con el otro. Y eso será lo que encontrarán a continuación. 


Como nota final, acerca de los epígrafes: Son frases que me encontré perdiendo horas en los reels de Instagram. Primero porque de algo tenían que servir tantas horas invertidas en esta adicción malsana que es estar pegada al celular, viendo reels, y segundo en inglés, si porque en esta nueva realidad londinense ya el Spanglish es mi segunda lengua.


Andrea, 30 de Agosto, 2024.

 
 
 

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