De aquí y de allá
- Andrea Sarmiento
- 21 jun 2024
- 7 Min. de lectura
Actualizado: 23 jun 2024
Llego a la cafetería para hacer la fila del almuerzo, me encuentro con el guapo de los guapos de la oficina, llevamos trabajando juntos ya tres meses.
— Why are you always so happy? —me dijo después de saludarlo. No lo dijo de mala onda, simplemente quería saber por qué cada vez que me lo encontraba le sonreía.
No vaya a pensar querido lector que era puro coqueteo, no, porque lo salude igual que saludo a todo el mundo en la oficina: “¡Hola!” o “Hello!” acompañado de una sonrisa y de una pregunta liviana “how was your weekend”, “how are you” y cualquiera de las preguntas normales que uno le hace a cualquier colega de la oficina.
Al parecer algo que hacemos y extrañamos todos los colombianos que vivimos aquí, que en Londres es rarísimo, pues conversaba después con otros colombianos y a todos en algún momento alguien le habla dicho algo similar.
En Colombia es normal, es parte de las practicas normales de convivencia en cualquier grupo social, llegar a un lugar, mirar a los ojos, saludar con un buenos días, hola, o lo que sea que sea el saludo habitual de este contexto y tener una conversación liviana mientras uno prepara un café, camina hacia el puesto de trabajo o se encuentra en el ascensor.
Ahora, en Londres… pues no.
Como he contado en textos previos aquí el respeto o indiferencia con el ser humano que tengo al frente, así sea a centímetros de distancia, es el pan de todos los días. Es un área demasiado gris que aún no logro entender muy bien cómo navegar, pues si bien entiendo que a veces puede ser incómodo y harto, tener que interrumpir el podcast/video/lectura que estoy escuchando en mi celular, para contestar una pregunta pendeja, de un colega con el que no quiero hablar, mientras me preparo un tinto, también me parece horrible e igualmente incómodo, sentir su presencia ahí, y simplemente ignorarla como si no existiera, es que de verdad es de aliens, en mi cultura, en mi país eso es considerado mala educación, uno al menos, por decencia tendría que decir buenos días con una sonrisa.
En el club de lectura nos quejábamos con mis amigas, colombianas también, que le dejan a uno "en visto" el saludo en el transporte público, y en el mismo ascensor de la oficina, hay personas que solo dicen “Hi” una vez han salido del ascensor, se despegan de su celular y se dan cuenta, o pretenden darse cuenta, que hacía 5 minutos, tenían a medio metro de distancia al colega con el que llevan trabajando 6 meses.
No, es que de verdad sigo sin entender.
Y uno los mira pensando, este man/vieja ¿qué onda? Estoy parada al frente y ¿Ni un buenos días?
¿Son marcianos?
¿Somos marcianos?
No entiendo.
Me toco preguntar. No podía entender. Le pregunté a mi jefe y a una compañera de mi equipo.
—C please explain this to me. I really don’t get it. Why do you guys avoid eye contact and ignore people you know that you have clearly seen in the public transport?
—Off course we do. For example: I am friend of my neighbor. If I notice that he is going out to the office at the same time I am, I will sit down and wait 5 more minutes so that I don’t have to share a full hour with him in the train and force conversation.
— Dios, in my case I would RUN to catch him so I DO share a full hour with him instead of being alone.
—Why would you do that? — me responde mi jefe con cara de, esta vieja está chiflada.
Mi jefe no me dio la razón, pero entendí al menos la forma de pensar, para ellos una conversación de una hora en un tren con una persona que no es tan cercana, hay que forzarla. Igual seguía con la incógnita de por qué lo hacen. Días después, me senté a almorzar con una amiga y le estaba contando acerca de los clubs de lectura en los que estaba participando.
—How do you manage to do that? Aren’t you exhausted after work?— me preguntó.
—Well yes, but precisely that’s why I love to have the clubs afterwards.
—What do you mean?
—Well, if I had a stressful and heavy day at work, having the book club helps me relax, think about other things, laugh, have fun.
—Yes, but how do you get the energy to do it, aren’t you drained?
— I get the energy from the book club. It recharges me.
—Wait what? Socializing recharges you?
—What do you mean? Off course it does.
—Well not to me.
—What?
—Yes for me socializing drains my energy.
—How? — para este momento, no entendía, pero estaba comenzando a entender.
—Yes what you just describe. Having to talk about a book, having to talk to people, laugh, chat and all that does not gives me energy, it takes it.
Y ahí fue que todo hizo click.
A esta gente socializar les quita energía.
Con razón lo evitan a toda costa. Evitan socializar en el transporte público, en el ascensor, con los vecinos, cualquier cosa que sea tener que sostener una conversación con un conocido o extraño, es mejor esquivarla. Está además socialmente aceptado. Todo el mundo lo hace, incluso yo, con la extrañeza que me produce, me he encontrado muchas veces evitando la socialización, esquivándola como uno de los comportamientos aprendidos de aquí. También me he visto mirando a los ojos de alguien más sin sonreír, sostener la mirada y hacer algún gesto que salude y reconozca a los ojos que estoy mirando.
Yo me estoy encerrando en la burbuja como una habitante más de esta ciudad.
Y el guapo de los guapos ya no me volvió a preguntar por qué estoy tan feliz. ¿Será que es que ya no soy feliz? Ya nadie me habla de mi buena energía, ya a nadie le sorprende que siempre esté tan entusiasta. ¿Será que es que ya no tengo mi energía ni mi entusiasmo? O será que simplemente ¿Ya se acostumbraron a los que soy? No´sé.
A veces soy yo, a veces no.
No me reconozco.
¿Qué me está pasando?
Dios que angustia.
¡No quiero!
No quiero dejar de ser yo.
Ahora me siento extraña aquí en Londres, pero también allá en Bogotá.
Quiero seguir saludando, quiero seguir sonriendo y alzando la mano en forma de saludo cada vez que me cruzo con los ojos que sean conocidos, en el Tube, en el ascensor e incluso con los vecinos.
Ya no sé llenar el silencio con cualquier conversación liviana, acerca del clima, los planes del fin de semana, ¡lo que sea! En Colombia TODO silencio es incómodo, aquí no, aquí hay silencios cómodos e incómodos. Hay silencio. Mucho silencio. Y en el silencio no te reconoces, o más bien, el silencio te hace reconocer la nueva persona que eres. Ves que todavía no eres de acá. Y ves también, que ya no eres de allá.
Y como en mis últimos ensayos, o más que ensayos, divagaciones mentales, este cambio cultural me está revelando mucho. Mucho de la cultura que me formó y mi relación con ella. Lo que no sabía que necesitaba y en la deprivación encuentro, angustia, como el hecho de que me saluden o no, cuando me ven, o que no me sienta rechazada una y otra vez, cada vez que me invento un nuevo plan social para hacer amigos, porque les quita energía y la verdad es que poco o nada les interesa hacer nuevos amigos. Mucho de esta nueva cultura, que me duele, y que dolorosamente estoy incorporando en lo que soy.
Migrar a una cultura tan distinta, sobre todo, te obliga a conocerte. Te obliga a ser autónomo y suficiente contigo mismo, emocional, mental y físicamente. Las relaciones a las que estamos acostumbrados no se crean de la misma manera. Nunca son iguales.
La soledad es profunda.
El sentimiento de desamparo es constante.
Ya no te sientes de Bogotá, pero tampoco de Londres.
Ahora eres una extranjera en tus dos ciudades.
Entonces te das cuenta de que te tienes a ti misma, y a nadie más, que más te vale cuidar de tu salud, porque pocos, o nadie, va a llegar a ayudarte. Que si tienes un dolor en el cuerpo o en el corazón más te vale atenderlo, porque no tienes a nadie que te recuerde, que tienes que escuchar tu cuerpo y tus emociones. Te das cuenta de que tú eres tu sostén y contención.
Me doy cuenta de que yo soy mi sostén y mi contención.
Que los que me aman no me pueden sostener porque están a diez horas de vuelo. Y los que están a 5 minutos de distancia no son tan cercanos para sostenerme.
Entonces me sostengo. Me contengo. Y si o sí, tengo que confiar en mí.
Y lleno la soledad conmigo misma. Me escribo, me consiento, me lleno.
Aprendo.
Nutro las relaciones que cada vez se van volviendo tan cercanas como para tener la certeza que si necesito un abrazo hay alguien para dármelo, aquí, a 5 minutos de distancia.
La soledad va desapareciendo de a poquitos.
Las amistades comienzan a tomar un tinte de familia.
Y estar conmigo se convierte en gozo de ser, de sentirme, reconocerme.
El desamparo también pierde peso, se va transformando en confianza y seguridad en mí. En que sí me cumplo, y me amo lo suficiente para hacer lo que tengo que hacer, para estar bien. En saberme responsable y autora de quitarme esos dolores de espalda a punta de planchas laterales. Que soy capaz de garantizarme esos 20 minutos de ejercicio que me dan la energía mental y emocional para estar bien y tranquila. Confío en mí porque ahora, si o si me cumplo mis promesas, busco ayuda, hablo y no espero que nadie llegue a rescatarme, recordarme o amarme.
El desamparo desaparece en la medida en que sé que yo me sostengo a mí misma, y que la gente es importante, que la compañía es importante, que los amigos son vitales y se convierte en la familia de este lugar, y precisamente por eso las nutro. Invierto en mí y en mis relaciones. Y entonces en esa nutrición trato de ser de Londres con nuevas costumbres y formas de socializar de aquí, sin perder mi esencia, mis raíces, y claridad en las cosas que son fundamentales para mí de acuerdo a los que aprendí allá, en el lugar en que nací. Tratando de acomodarme a lo que soy y las formas en las que Londres me ha hecho mutar. Tratando de ser de aquí y también de allá.
Comentarios